Comienzo por observar la punta de tu pie izquierdo y la memoria del deseo reconstruye todo el mapa de tu cuerpo.
viernes, 31 de enero de 2014
lunes, 27 de enero de 2014
24 años
24 años
27 de enero de 2014
Eran justo la una de la mañana con
treinta y siete minutos. Apagué sin prisas el televisor y con parsimonia,
consciente de que sería una noche más de insomnio, deposité el mando a
distancia debajo de la almohada. Suspiré hondamente y alargué el brazo hasta
alcanzar mi reproductor de música colocado en el extremo más alejado del buró.
Sin una elección premeditada, lo programé para que aleatoriamente reprodujera cantantes
y canciones de la lista llamada trova. Apenas comenzaba ese lejano crujido
previo a la música, muy propio de cuando las grabaciones se hacían en acetatos
y reconocí de inmediato la canción. Eran los primeros acordes de “Tu fantasma”,
la canción de Silvio Rodríguez. Y fue que de inmediato me remonté a los meses
previos a tu partida. Cuando yo dividía mi vida entre trabajos de medio tiempo,
estudiar computación, leer literatura y filosofía, y además, me dio por
estudiar música. Sí, cuando yo sé que tú, al igual que mi madre estaban
preocupados porque no sabían con precisión qué pasaría con mis estudios universitarios,
los cuales ni siquiera había comenzado por falta de claridad vocacional. Mi
madre insistía en que si seguía por ese camino, al paso del tiempo vería a su
hijo tocando la guitarra y cantando en los camiones. Así me lo hizo saber
varias veces. Tú nunca me dijiste nada, pero estoy seguro que tomara la
decisión que fuera, contaría con tu apoyo. Así siempre me lo hiciste sentir.
Ante la falta
de disciplina como para ser un estudiante de música de regular desempeño,
compensaba la ausencia de estudios de solfeo y de las partituras que me exigían
mis profesores, encerrándome en mi cuarto a escuchar trova a todo volumen. Ante
la proximidad de las habitaciones, era inevitable que no te dieras cuenta de mi
filia musical del momento. Forma parte de los gratos recuerdos, aquel día en
que yo escuchaba un disco de Rockdrigo González y al salir de nuestros
respectivos cuartos, con tu sonrisa y serenidad característica sólo atinaste a
decir: - Pues no tocas tan mal la guitarra, pero la verdad es que cantas muy
feo-. Y sonreí, mucho, como lo hago ahora, pues no me diste tiempo de aclarar
la confusión. Sí cantaba, o canto muy feo, la verdad ya no lo sé porque dejé de
hacerlo hace mucho tiempo, pero a quien tú escuchaste en ese momento fue una
grabación de Rockdrigo “El profeta del nopal” y no a mí. Ahora, al paso del
tiempo, no sé si fue una confusión o fue una manera tuya de apoyarme en mis
afanes musicales, pues la misma situación de enredo volvió a ocurrir varias
veces, no recuerdo cuántas con exactitud, y que se vieron interrumpidas hasta
antes de que tuviéramos que internarte con preocupante regularidad en el
Hospital de la Luz, pues tu salud y el esfuerzo acumulado de tu vida,
comenzaban a cobrarte la factura.
Fue en ese
diciembre, cuando precisamente celebramos el Año Nuevo en una habitación de hospital,
que yo escuchaba obsesionadamente a Silvio Rodríguez y me preguntaste cuál era
la canción que tanto repetía. Te respondí que la de “Tu fantasma” y la
conversación terminó ahí. Iniciamos un nuevo enero y un nuevo año con buenos
reportes médicos y con la noticia de que el gobierno del estado te haría un
reconocimiento, por tus más de cincuenta años de dedicación al entrenamiento y
formación de deportistas amateurs y estudiantiles. A la familia nos pareció el
momento adecuado para plantearte la pregunta de cuándo pensabas jubilarte, a lo
que respondiste que todavía te sentías con ánimo y que ni siquiera lo habías
pensado, porque si eso llegaba a suceder, sería porque la muerte te había alcanzado.
Así que ninguno de nosotros intentó seguir el tema y convencerte. Pasaron las
tres primeras semanas de enero y de nuevo tu salud sufrió un bajón
considerable, pero hombre de compromiso, todavía acudiste ese viernes al homenaje
que meses antes te habían preparado. Ese día a medianoche regresamos al
hospital. Te quedaste bajo los cuidados de los médicos y las atenciones de mi
madre y mis hermanos, yo tuve que presentarme a trabajar. En la tarde, acudí a
tu habitación con la noticia de que por fin había resuelto mis dudas
vocacionales y que en la próxima convocatoria, acudiría a la Universidad
Michoacana, tu alma mater, nuestra Casa de Estudios, a tramitar la ficha para
iniciar mis estudios universitarios. A partir de ese momento todo se volvió
confuso y doloroso. Bajé a la recepción del hospital, hice una llamada
telefónica y cuando de nuevo subí a tu habitación, ya habías fallecido.
Y hoy que lo
escribo, te cuento que han pasado 24 años de ese momento y la verdad es que yo
sigo sintiendo que apenas ocurrió ayer y que tengo muchas cosas qué contarte:
de mi madre, una dignísima viuda; de mis hermanos, que luchan día a día por ser
personas de bien; de que tienes cinco nietos y que siempre les hablamos de ti
con mucho cariño y nostalgia… y de otras tantas cosas… Hoy sólo te digo, que
durante muchos años dejé de escuchar esa canción de Silvio Rodríguez, porque
era un recuerdo doloroso, por lo que la letra dice y yo lo vivo:
Pueden
ser casualidades
u
otras rarezas que pasan,
pero
donde quiera que ando
todo
me conduce a tí.
Pero hoy,
cuando parecía que las trampas del olvido vencerían a la memoria, se convirtió
en el instrumento con el que el corazón, nuevamente te trajo a nuestras vidas.
lunes, 13 de enero de 2014
Año Nuevo
Tranquilo y nostálgico, de pie sobre la arena blanca, mirando en el espejo del mar el reflejo de los fuegos artificiales que anunciaban el final del 2013 y daban paso al mismo tiempo al año nuevo.
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