Sin título
Miro la pantalla del ordenador con la esperanza fija en encontrarte. Si esta posibilidad no ocurre, la computadora se reduce a tan sólo un instrumento de trabajo muy sofisticado. La comunicación no va más allá de las yemas de los dedos sobre las teclas y las réplicas en el monitor. Mecánica laboral y vida rutinaria, siempre gris. Cuando el Messenger rompe el esquema anterior, la herramienta de trabajo se convierte en el más maravilloso invento para la comunicación rápida e inmediata. La pantalla se transforma en el fondo de todos los sueños que con un solo impulso me golpean en el pecho. Las manos sudan y la mente comienza a confundir el orden con el que deben de salir las ideas, las palabras y los emoticones que permitan expresar todo lo que siento en este momento. Cuando por fin comienzo a identificar por dónde comenzar, tu nombre en el mensajero aparece como desconectado. Mañana, habrá una nueva oportunidad. Así pasan los días, los meses y los años. Las cuartillas se acumulan y los archivos importantes se deben de respaldar cada vez con mayor frecuencia. Mientras tanto, la esperanza y los sueños, se diluyen con cada nueva frase que acuño y que pienso que diré la próxima ocasión que te encuentre en línea. Hoy, como siempre, apago el regulador, pero nunca el corazón.
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