lunes, 3 de septiembre de 2018

Rosana en Morelia
Una tarde gris, lluviosa, fría, muy propia para quedarse en la comodidad de la sala y conversar largo y tendido. El escenario recreaba aquel espacio necesario para el encuentro de dos personas que necesitan confesar algo. Previo a la cita, nunca dudé de la calidad del espectáculo que presenciaría, lo que más me inquietaba, es que no sabía cuáles podrían ser mis reacciones ahora que estaría tan cerca de ti. Llegó la hora. Y contrario a lo habitual, las luces no se apagaron. Espectantes, el teatro enmudeció y vimos aparecer, primero tu sonrisa, antes que cualquier parte de tu cuerpo y de la manera más familiar y cómoda, tomar tu sitio en el escenario y abrir la caja de Pandora con tu guitarra y el acompañamiento de un excelente percusionista. Hiciste magia. Reafirmé que lo grande de ti no está sólo en la letra de tus canciones y de la manera tan honesta en que las interpretaste, sino que, como la anécdota que compartiste de manera jocosa, eres una diosa de los escenarios. Un manejo magistral del tiempo, de las emociones, de las canciones y del público. Más que asistentes a un concierto, nos hiciste sentir como parte de tu coro y proyecto musical. Pasadas las primeras cuatro o cinco canciones, reparé en el par de lágrimas que presurosas surcaban mis mejillas buscando llegar al piso. Pero me sentía eufórico. Completo. También de contento se llora. No lo sé. No me importaba. Eso hizo que recordara la razón principal por la cual yo estaba ahí, en el Teatro, a cinco filas del escenario. Iba a agradecerte. A decirte lo mucho que me han servido tus canciones para aclarar emociones que luego me cuestan descifrar y explicármelas. Iba a decirte, que en el 2012, en un momento de quiebre existencial, de una fuerte experiencia que trastocó lealtades y amistades, busqué fortalecerme a través de la música. Y la canción que para mí resultó mi mantra ante la adversidad de ese momento y para siempre se llama “Llegaremos a tiempo”. Escucharla, atenderla en cada una de sus estrofas hizo que volviera a creer en la esperanza, en los buenos proyectos y en la importancia de seguir luchando por nuestros sueños. Gracias, Rosana. Gracias por tu música. Gracias por tus canciones. Gracias por esa canción. Gracias por llegar a tiempo. Casi a la mitad del concierto, a grito vivo te pedí que cantaras esa canción y para mi sorpresa, lo hiciste de inmediato. El encuentro y el pacto se habían consumado: yo iba a pagar mi deuda de amistad contigo y nuevamente me obsequiaste esa canción que es un himno personal. El concierto siguió con su magia y alegría hasta el final. Cuando por fin te dejamos ir del escenario, me retiré del recinto con la tranquilidad de que más de haber asistido a un recital, había estado en la sala de la casa de una amiga entrañable, a la cual le debía la cortesía de decirle lo importante que me ha resultado su música para mi.
Lo dijiste en el escenario, no será la última vez y prometiste que volverías pronto.
Ahí estaré nuevamente contigo
Hasta la próxima

(18 de junio de 2018)