lunes, 27 de enero de 2014

24 años


24 años
27 de enero de 2014

Eran justo la una de la mañana con treinta y siete minutos. Apagué sin prisas el televisor y con parsimonia, consciente de que sería una noche más de insomnio, deposité el mando a distancia debajo de la almohada. Suspiré hondamente y alargué el brazo hasta alcanzar mi reproductor de música colocado en el extremo más alejado del buró. Sin una elección premeditada, lo programé para que aleatoriamente reprodujera cantantes y canciones de la lista llamada trova. Apenas comenzaba ese lejano crujido previo a la música, muy propio de cuando las grabaciones se hacían en acetatos y reconocí de inmediato la canción. Eran los primeros acordes de “Tu fantasma”, la canción de Silvio Rodríguez. Y fue que de inmediato me remonté a los meses previos a tu partida. Cuando yo dividía mi vida entre trabajos de medio tiempo, estudiar computación, leer literatura y filosofía, y además, me dio por estudiar música. Sí, cuando yo sé que tú, al igual que mi madre estaban preocupados porque no sabían con precisión qué pasaría con mis estudios universitarios, los cuales ni siquiera había comenzado por falta de claridad vocacional. Mi madre insistía en que si seguía por ese camino, al paso del tiempo vería a su hijo tocando la guitarra y cantando en los camiones. Así me lo hizo saber varias veces. Tú nunca me dijiste nada, pero estoy seguro que tomara la decisión que fuera, contaría con tu apoyo. Así siempre me lo hiciste sentir.
Ante la falta de disciplina como para ser un estudiante de música de regular desempeño, compensaba la ausencia de estudios de solfeo y de las partituras que me exigían mis profesores, encerrándome en mi cuarto a escuchar trova a todo volumen. Ante la proximidad de las habitaciones, era inevitable que no te dieras cuenta de mi filia musical del momento. Forma parte de los gratos recuerdos, aquel día en que yo escuchaba un disco de Rockdrigo González y al salir de nuestros respectivos cuartos, con tu sonrisa y serenidad característica sólo atinaste a decir: - Pues no tocas tan mal la guitarra, pero la verdad es que cantas muy feo-. Y sonreí, mucho, como lo hago ahora, pues no me diste tiempo de aclarar la confusión. Sí cantaba, o canto muy feo, la verdad ya no lo sé porque dejé de hacerlo hace mucho tiempo, pero a quien tú escuchaste en ese momento fue una grabación de Rockdrigo “El profeta del nopal” y no a mí. Ahora, al paso del tiempo, no sé si fue una confusión o fue una manera tuya de apoyarme en mis afanes musicales, pues la misma situación de enredo volvió a ocurrir varias veces, no recuerdo cuántas con exactitud, y que se vieron interrumpidas hasta antes de que tuviéramos que internarte con preocupante regularidad en el Hospital de la Luz, pues tu salud y el esfuerzo acumulado de tu vida, comenzaban a cobrarte la factura.
Fue en ese diciembre, cuando precisamente celebramos el Año Nuevo en una habitación de hospital, que yo escuchaba obsesionadamente a Silvio Rodríguez y me preguntaste cuál era la canción que tanto repetía. Te respondí que la de “Tu fantasma” y la conversación terminó ahí. Iniciamos un nuevo enero y un nuevo año con buenos reportes médicos y con la noticia de que el gobierno del estado te haría un reconocimiento, por tus más de cincuenta años de dedicación al entrenamiento y formación de deportistas amateurs y estudiantiles. A la familia nos pareció el momento adecuado para plantearte la pregunta de cuándo pensabas jubilarte, a lo que respondiste que todavía te sentías con ánimo y que ni siquiera lo habías pensado, porque si eso llegaba a suceder, sería porque la muerte te había alcanzado. Así que ninguno de nosotros intentó seguir el tema y convencerte. Pasaron las tres primeras semanas de enero y de nuevo tu salud sufrió un bajón considerable, pero hombre de compromiso, todavía acudiste ese viernes al homenaje que meses antes te habían preparado. Ese día a medianoche regresamos al hospital. Te quedaste bajo los cuidados de los médicos y las atenciones de mi madre y mis hermanos, yo tuve que presentarme a trabajar. En la tarde, acudí a tu habitación con la noticia de que por fin había resuelto mis dudas vocacionales y que en la próxima convocatoria, acudiría a la Universidad Michoacana, tu alma mater, nuestra Casa de Estudios, a tramitar la ficha para iniciar mis estudios universitarios. A partir de ese momento todo se volvió confuso y doloroso. Bajé a la recepción del hospital, hice una llamada telefónica y cuando de nuevo subí a tu habitación, ya habías fallecido.
Y hoy que lo escribo, te cuento que han pasado 24 años de ese momento y la verdad es que yo sigo sintiendo que apenas ocurrió ayer y que tengo muchas cosas qué contarte: de mi madre, una dignísima viuda; de mis hermanos, que luchan día a día por ser personas de bien; de que tienes cinco nietos y que siempre les hablamos de ti con mucho cariño y nostalgia… y de otras tantas cosas… Hoy sólo te digo, que durante muchos años dejé de escuchar esa canción de Silvio Rodríguez, porque era un recuerdo doloroso, por lo que la letra dice y yo lo vivo:

Pueden ser casualidades
u otras rarezas que pasan,
pero donde quiera que ando
todo me conduce a tí.


Pero hoy, cuando parecía que las trampas del olvido vencerían a la memoria, se convirtió en el instrumento con el que el corazón, nuevamente te trajo a nuestras vidas.

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