domingo, 14 de junio de 2009

Se coló sin darme cuenta, por eso no tiene nombre

Sin título

Miro la pantalla del ordenador con la esperanza fija en encontrarte. Si esta posibilidad no ocurre, la computadora se reduce a tan sólo un instrumento de trabajo muy sofisticado. La comunicación no va más allá de las yemas de los dedos sobre las teclas y las réplicas en el monitor. Mecánica laboral y vida rutinaria, siempre gris. Cuando el Messenger rompe el esquema anterior, la herramienta de trabajo se convierte en el más maravilloso invento para la comunicación rápida e inmediata. La pantalla se transforma en el fondo de todos los sueños que con un solo impulso me golpean en el pecho. Las manos sudan y la mente comienza a confundir el orden con el que deben de salir las ideas, las palabras y los emoticones que permitan expresar todo lo que siento en este momento. Cuando por fin comienzo a identificar por dónde comenzar, tu nombre en el mensajero aparece como desconectado. Mañana, habrá una nueva oportunidad. Así pasan los días, los meses y los años. Las cuartillas se acumulan y los archivos importantes se deben de respaldar cada vez con mayor frecuencia. Mientras tanto, la esperanza y los sueños, se diluyen con cada nueva frase que acuño y que pienso que diré la próxima ocasión que te encuentre en línea. Hoy, como siempre, apago el regulador, pero nunca el corazón.

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