jueves, 17 de febrero de 2022

Cerrado hasta nuevo aviso: disculpe las molestias que este virus ocasiona

12 de junio de 2021

Fue un viernes, lo recuerdo claramente, alrededor de las once de la mañana. La jornada de trabajo, ya dividida y escalonada en horarios y personal desde hacía un par de semanas, tendría que sufrir un nuevo ajuste. Me llamaron a la dirección y la instrucción fue precisa: “Se suspende en este momento toda actividad. Hay que verificar el cierre de instalaciones, puertas, ventanas. Bajar los interruptores -en sentido literal y casi metafórico- y preparar el equipo y documentación con la que podamos seguir desarrollando el trabajo desde casa. Se dice que serán dos semanas, a lo mucho, cuatro. Un mes.” Con  esa información me dispuse a ejecutar los preparativos y comunicarme con mi equipo de trabajo para coordinarnos. Los compañeros que estaban en funciones, me ayudaron con la parte práctica de la supervisión del cierre. A quienes por cuestión de horario no estaban presentes, les comuniqué, por teléfono o por mensaje, que el cierre de la biblioteca era inminente y si tenían algún equipo o enseres personales que llevarse a casa, lo hicieran de inmediato porque la universidad iba a cerrar sus puertas por contingencia sanitaria, ante la proximidad geográfica de ese virus que decían se había originado en China y del que sabíamos más chistes y memes, que información médica y científica que nos preparara para su irremediable irrupción en nuestras vidas.

Llamé al área de Preservación Documental para saber si seguía en pie el proceso de fumigación que teníamos programado para ese día a las 4 de la tarde y me confirmaron que se cancelaba: ellos también habían recibido la instrucción de colgar el letrero de “Cerrado hasta nuevo aviso”. Mientras mis compañeros me auxiliaban con el proceso de cierre, subí a mi oficina y comencé a respaldar en la “nube”, todas la carpetas y archivos que pudiera utilizar para seguir laborando desde casa. Verifiqué, no sé si dos o hasta tres veces, que la información que había almacenado era más que suficiente para continuar mi trabajo. No muy convencido apagué y desconecté la computadora. Amplié la inspección y desconexión de los equipos que utilizan mis compañeros, mientras mentalmente repasaba mi lista de pendientes y de documentos para resolverlos. Ya tenía respaldo digital de mi trabajo, ¿Qué más tenía que llevarme? No sabía qué manual, instructivo o registro cargar en mi mochila. Decidí no sacar ningún papel, total, toda esa información está disponible para su consulta y descarga en la plataforma del sistema bibliotecario. Recorrí mi cubículo con una mirada indagadora y ansiosa, como buscando algún olvido que la prisa hubiera dejado por ahí, traspapelado, en los estantes o el escritorio; entonces las ví, inmutables, ajenas al ajetreo, al virus y -quizá- a la momentánea despedida, el par de plantas que son testimonio y gesto de amistad de dos amigos, me dispuse a ponerlas a buen resguardo y bien hidratadas para que resistieran esas dos o cuatro semanas de soledad y aislamiento. Esas dos minúsculas macetas, a las que les procuro el cuidado y atención, mínimo pero suficiente, son un pequeño botón del reino vegetal que rompen, con su verdor, la monotonía del paisaje de libros, revistas y documentos que circundan a mi oficio profesional. A ojo de buen cubero determiné que el espacio elegido para su cuarentena era el correcto, que el agua vertida era más que suficiente para encontrarlas en buen estado, una vez que transcurridas estas dos semanas, quizá cuatro, podamos regresar.

Continúo mi deambular inspeccionando, verificando que todo quede en orden y bajo, otra vez, al vestíbulo de entrada a recibir el reporte del proceso de cierre; a quienes terminaron la tarea encomendada, les pido que se retiren, les digo que no es necesario que me acompañen, que yo esperaré a los que vienen a sacar materiales y sus enseres personales. Mis compañeros se despiden, se van y yo me quedo viendo sus espaldas, sus pasos alejarse, pensando que en unos pocos días veré sus pasos, sus rostros regresando a nuestras tareas diarias. Dos o cuatro semanas, eso dijeron.

Me comunico a casa, informo escuetamente lo que está sucediendo. Pido que estén atentos a una llamada posterior para indicarles a qué hora pasen por mí y, una vez que cuelgo el teléfono, me doy cuenta que me está creciendo algo así como la necesidad de regresar nuevamente al supermercado, pienso que hay que proveernos de más alimentos e implementos de limpieza e higiene, sobre todo de gel antibacterial, que ya había comenzado a ser producto de escasa oferta en nuestras últimas compras.

En esas cavilaciones estoy cuando, por fin, llega Oscar, es el único que falta de sacar sus cosas. Un tanto desconcertado pero sonriente y en natural gesto de amistad y camaradería, me extiende la mano para saludarme,  yo sólo reacciono contrayendo mi brazo y alcanzo decirle: “¡Pero qué no has entendido que no debemos saludarnos de mano!”. Se queda paralizado, como apenado, como si le hubiera proferido un regaño inmerecido. Me doy cuenta de mi exabrupto y me disculpo, le digo que me siento un tanto confundido por lo mucho que he escuchado estos últimos días y luego este asunto que tenemos que abandonar y cerrar las instalaciones para regresar unas semanas después. Me dice que no hay problema, sube a su oficina, toma sus cosas, se retira y se despide ya sin tanta efusividad. Yo me quedo con esta mala sensación de no saber si fue exagerada mi reacción.

Esa es la imagen y sensación que guardo como referencia del día en que cerramos la universidad para confinarnos en casa por la pandemia. De eso han pasado casi quince meses, cuando en un primer momento se pensó que sólo serían dos semanas, a lo sumo, cuatro. Mucha vida ha pasado desde entonces y yo todavía me pregunto si mi reacción de no saludar a mi compañero en ese momento fue exagerada. Hoy, al igual que ese día, tengo más dudas que certezas y el cartel de «Cerrado hasta nuevo aviso», tiene una dolorosa y gruesa capa de polvo, si sólo iban a ser dos semanas, pienso, eso dijeron. Ahora dicen que volvemos el lunes, regresaremos al trabajo administrativo pero, creo, que aún no volverán los saludos de mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario