jueves, 17 de febrero de 2022

De la amorosa memoria: tres apuntes sobre mi padre


19 de junio de 2021

Me acostumbré a guardarte, a llevarte lo mismo
que lleva uno su brazo, su cuerpo, su cabeza.
No eras distinto a mí, ni eras lo mismo.
Eras, cuando estoy triste, mi tristeza.
Eras, cuando caía, eras mi abismo,
cuando me levantaba, mi fortaleza.
Eras brisa y sudor y cataclismo,
y eras el pan caliente sobre la mesa.

Jaime Sabines.

En las últimas horas, quizá con el pretexto de día del padre próximo a celebrarse, los recuerdos que guardo del mío se han ido agolpando en la cabeza, no es que la memoria requiera de motivos mundanos para revolverse, para entablar conversaciones íntimas con el corazón o con el alma o con el rincón donde cada uno guarde sus recuerdos, en mi caso, por lo menos, la figura de mi padre es una constante en mi vida y lo evoco siempre a veces con la tristeza de su ausencia (que nunca ha dejado de ser un golpe doloroso) pero, la mayor parte del tiempo, con agradecimiento, con la alegría de los años compartidos y con una nostalgia que se mueve entre los múltiples registros de lo agridulce. Lo recuerdo con amor y justo ahora, más allá de los pretextos, es ese sentimiento el que me invita a compartir tres vívidas imágenes de su paso por la vida, de su paso por mi vida:

-1-

Iniciaba la jornada diaria muy temprano, quizá a las 6 de la mañana. y se dirigía a las instalaciones de los Baños Galicia, esos que estaban -¿o están?, no lo sé- al inicio de la calle Allende, a un costado del Jardín de Los Niños Héroes. Tomaba un baño sauna, recibía un masaje, charlaba con los amigos con los que compartía ese ritual matutino, y regresaba a casa impecable. Las mañanas de mi infancia olían a brillantina Wildroot, a Jockey Club, a loción Brut de Fabergé o alguna de las opciones de Old Spice, esencias que se mezclaban con el olor del desayuno que ya preparaba nuestra madre para enviarnos a la escuela.

-2-

Estamos sentados frente al televisor a blanco y negro. Yo debía tener unos cinco o seis años. Me hablas en voz baja, como para evitar desconcentrar a la atleta que estamos observando en su rutina. Me explicas paso a paso lo que sucede en la pantalla. Hasta ahí llega ese recuerdo. Años más tarde veo un documental sobre la niña de 14 años que cambió la historia de la gimnasia en las olimpiadas, la primera en obtener una calificación perfecta, la rumana Nadia Comaneci en Montreal 76. Una sensación de calor crece en mi pecho y los ojos se me nublan por la emoción: de nuevo estoy sentado junto a ti mirando el televisor en blanco y negro mirando a una pequeña atleta de 14 años ejecutando una rutina de gimnasia a la perfección.

-3-

En casa se cambiaba de televisor cada cuatro años en estricto apego al calendario de los Juegos Olímpicos, incorporando en cada cambio la mejora tecnológica del momento. Así pasamos del más primitivo aparato en blanco y negro hasta llegar a la modernidad de las imágenes a color y el control remoto. Yo fui consciente de esa regularidad a partir de la olimpiada celebrada en Rusia en 1980, pasando luego por las posteriores de Los Ángeles, en 1984, y la de Seúl, en 1988, que fue la última fiesta deportiva que vimos juntos. Disfrutabas por igual de todas las disciplinas deportivas en competencia, gozo que estaba fundado en tu propia experiencia de vida con el deporte. Practicaste todos. Atletismo, basquetbol, voleibol, sobre todo. Cuenta la leyenda familiar que incluso llegaste al cuadrilátero del box y de la lucha libre, pero que tuviste que retirarte prematuramente de esas disciplinas porque las batallas más fuertes las tenías abajo del ring, cuando llegabas a casa, con las huellas evidentes de los combates, y la abuela Petra te aplicaba el más duro de los castigos por andar metido en esas tarugadas. Ese gusto por el deporte se convirtió en tu profesión de vida. En el plano profesional una de tus mayores satisfacciones fue haber participado como juez de atletismo en las Olimpiadas de México 68, logro al que no le diste nunca tanta importancia, como el compromiso y gozo que siempre tuviste por la formación de innumerables atletas infantiles, profesión que ejerciste literalmente hasta el fin de tus días. Viviste por y para el deporte.

***

Puedo ver su rostro en algún retrato, puedo ver fotografías que guardan el registro y la historia, las historias de mi familia pero, sin duda, la imagen más fuerte, más grande, más conmovedora que conservo de mi padre es la que llevo conmigo cada día, después de todo, celebro su vida cada vez que la memoria, por el motivo que sea, conversa con el corazón o con el alma o con ese rincón dentro de mí en donde mi padre habita amorosamente.

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