miércoles, 20 de julio de 2022

La conversación, el recuerdo y mi vuelta al día en 80 mundos

 

16 de octubre de 2021

Hoy llego a ochenta. No sé ni cómo porque el tiempo transcurrió de prisa, además de furtivo y silencioso. Etéreas se consumieron las recientes semanas, los últimos meses, el pasado año y medio. Etéreo, furtivo y silencioso, me instalo en mi vida pasada. Estoy en medio de un jardín reunido con un grupo de amigos, una ventana de bosque dentro de la ciudad. Algo se festeja o festejamos, no sé bien la razón por la que estoy ahí. Apenas y si conozco a la mitad de los congregados. Los primeros intentos de socialización son un tanto mecánicos y protocolarios pero a medida que la comida y las bebidas son consumidas, la tensión baja y el ánimo relajado y relajiento de los invitados comienza a romper la formalidad y acartonamiento del momento.

De pronto, en un instante indeterminado dos contertulios comienzan a aislarse, o son aislados, del grupo mayor, no lo sé de cierto, motivados por una conversación que gradualmente los va enganchando, quizá por el interés común en ciertos temas o, mejor dicho, por el desinterés de los demás en los aburridos tópicos que animaban a ese intercambio sin descanso de anécdotas y de lecturas. El improvisado debate se extendió a pesar de la música y los muchos llamados a la reinserción social, hasta que la luz del sol se apagó y fue sustituida por las incandescencias eléctricas y hasta que se esfumaron las últimas porciones de ensalada y pizza, que formaban parte del avituallamiento para la ocasión.

Ahí seguíamos, en la anticuada costumbre de intercambiar frente a frente impresiones sobre asuntos varios. Con atención, con respeto, aprendiendo, ponderando y asimilando la información no conocida y el punto de vista no compartido y, a la vez, brindando un poco de la experiencia personal sobre los temas abordados, sin intentar convencernos mutuamente porque como bien lo dijo José Saramago: “El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro”.

Ahí estamos, haciendo una puesta en escena del galano arte de la conversación que, en estos tiempos tan vertiginosos, parece una de las costumbres más arcaicas inventadas por la civilización humana y que ha venido a ser desplazada por reels, stories, posts, hashtags, avatars y tuits. Hoy sólo quiero conversar. Tan simple como eso. Charlar de frente, sin máscaras o mascarillas o caretas, tan propias y necesarias para sobrevivir, literal y metafóricamente en esta época. Así estamos, expuestos a mostrar lo que somos, como somos, sin el artilugio de la tecnología que mucho ha sido utilizada para proyectar una realidad que no es la propia. Aquí y así, con toda la magia y potencia de la palabra que, en un acto como el que rememoro, sirve, como bien dijera Julio Cortázar, para poder darle “La vuelta al día en ochenta mundos” sin movernos siquiera un centímetro del lugar en donde lo hacemos. Para eso sirve una buena charla.

Hoy llego a ochenta, celebrando el arte de la conversación, acto fundacional de los muchos mundos que a diario visitamos y ahora extrañamos.

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