jueves, 17 de noviembre de 2016

IBARGÜENGOITIA

A 30 años de su muerte, un autor imprescindible
JORGE IBARGÜENGOITIA*
Por Jorge Ibargüengoitia
La conferencia dio principio con cinco minutos de retraso y con la asistencia del conferenciante, el jefe del Departamento de Literatura, el señor Crespo de la Serna y cuarenta y seis desconocidos.
Después de presentarse a sí mismo, el conferenciante explicó que no iba a leer la conferencia, por la sencilla razón de que no la tenía escrita; y que no la tenía escrita, porque consideraba que si dicha conferencia formaba parte de un ciclo intitulado “Los narradores ante el público”, y allí estaba el narrador y allí estaba el público, no hacía falta ningún papelito. Dijo que lo ideal sería que el público preguntara y el narrador contestara, pero que como creía que el público real era incapaz de hacer preguntas atinadas, iba a comenzar haciendo las tres preguntas fundamentales que hubiera hecho un espectador ideal, iba a responderlas y que después, el público real tendría derecho a hacerle las preguntas que considerara pertinentes.
Las tres preguntas fundamentales fueron las siguientes: ¿Por qué escribía el conferenciante? ¿Cómo escribía? ¿Qué escribía? La primera se refería a sus motivos, la segunda a sus métodos y la tercera a sus obras.
Al contestar la primera pregunta, el conferenciante declaró que escribía por deformación profesional. Los escritores se llaman escritores porque escriben y tienen que seguir escribiendo para seguir llamándose escritores. Los escritores son como las gallinas, que tienen que poner un huevo de vez en cuando para justificar su existencia. Éste es el motivo fundamental de todo escritor: escribe, porque es escritor; pero además, todo escritor tiene motivos secundarios: hay quien escribe por dinero, hay quien escribe por vanidad, hay quien escribe porque cree que sabe algo que los demás ignoran y que conviene que todo el mundo sepa, hay quien escribe porque quiere leer un libro que no existe.
El conferenciante declaró que lo que ha ganado por los libros que ha escrito es una miseria incapaz de tentar a un mendigo; que los elogios que ha recibido son nada comparados con las censuras que se le han hecho y que además, ha sido elogiado por sus vicios más censurables y censurado por sus virtudes más elogiables, agregó que no aspira a ser declarado Hijo Predilecto de su ciudad natal, ni a que fragmentos de sus obras lleguen a formar parte de las Lecturas selectas incluidas en el Libro de Texto Gratuito, ni a ser Miembro de Número de la Academia de la Lengua, ni a que una escuela rural lleve su nombre. Con lo anterior quedan descartados el dinero y la vanidad de sus posibles motivos secundarios. ¿Tiene entonces intención didáctica el conferenciante? Es decir, ¿cree que sabe algo que todo el mundo ignora y que conviene que todo el mundo sepa? El conferenciante está convencido de que sabe muchas cosas que la mayoría de las personas ignoran, pero no ve la utilidad de (ni tiene mayor interés en) que lo que él sabe lo sepan también los demás.
A continuación, el conferenciante confesó que escribe un libro cada vez que quiere leer un libro de Jorge Ibargüengoitia, que es su escritor predilecto.
Al responder a la segunda pregunta que él mismo se había formulado, a saber “¿cómo escribe?”, el conferenciante confesó otra deformación profesional, que le viene de haber sido dramaturgo antes que narrador. Para ilustrar los efectos de dicha deformación, hizo la descripción siguiente: El señor que está sentado en un sillón leyendo una novela es un personaje muy diferente al señor que está en un teatro viendo una representación. El primero está propenso a abandonar la lectura en cualquier momento y por razones tales como: que se aburra del libro, que se quede dormido, que oiga un ruido sospechoso en la azotea, que llegue un visitante inoportuno, que le dé hambre y tenga que ir a la cocina a preparar algo de comer, etcétera. Es decir, el escritor no sabe en qué condiciones va a ser leído su libro. El lector está en libertad de leerlo de principio a fin o suspendiendo la lectura doscientas veces en los momentos mas inapropiados. El señor que está en el teatro, en cambio, es un personaje que quiere llegar al final del acto, para salir a fumar un cigarrillo, y de la obra, para ir a su casa a cenar, a beber o hacer el amor. La diferencia de las circunstancias en que se encuentran el lector y el espectador, es la causa de que existan novelas de ochocientas páginas y de que ningún autor sensato escriba una obra teatral que dure más de dos horas y media.
Por otra parte, el novelista nunca ve el monstruo que su obra está formando en el cerebro del lector, mientras que el dramaturgo tiene que ver, a su pesar, el monstruo que su obra ha formado en el cerebro del director escénico. Si el novelista habla de un bosque de encinos, nunca verá los bosques de fresnos, de enebros, de álamos, que se han formado en los cerebros de sus lectores. El novelista puede repetir varias veces una escena que le parezca interesante, puede establecer un diálogo filosófico que en la vida real duraría varias semanas, puede describir minuciosamente un partido de ajedrez o una taza de porcelana. Y puede hacer todo esto, porque el lector, por su parte, puede saltarse un capítulo entero, leer una página de cada diez, leer todo el libro sin entenderlo o, simplemente, dejar el libro a un lado, sin causar en el autor de novelas la angustia que produce en el dramaturgo un espectador que se queda dormido y ronca o que se levanta a la mitad del segundo acto y se va del teatro.
El conferenciante concluyó su explicación diciendo que la deformación profesional de dramaturgo que tiene, le ha impedido aprovechar las ventajas del novelista y que su obra más larga, Los relámpagos de agosto, puede leerse de un tirón y en dos horas y media. Su novela es la novela de un dramaturgo.
A la tercera pregunta “¿qué escribe?”, el conferenciante respondió que su obra narrativa consiste, a la fecha, en una novela y un libro de cuentos que no ha sido publicado, por lo que iba a referirse exclusivamente a la primera.
El supuesto narrador de Los relámpagos de agosto es el general de división José Guadalupe Arroyo, que participó en la “revolución del 29” y que se siente vilipendiado, injustamente relegado, mal retribuido y mal interpretado. De su narración se desprende lo siguiente: que el general Arroyo es capaz de participar en una conjura, pero incapaz de comprender cuáles son los fines que persigue dicha conjura, quién la provoca, qué es lo que quieren sus enemigos y, lo que es peor, qué es lo que quieren sus amigos; capaz de dar protección a don Virgilio Gómez Urquiza, gobernador del Estado, que es secuestrado por los cristeros, mientras Arroyo espera a estos últimos en la Cañada de los Compadres; capaz de respetar la vida del Padre Jorgito, pero capaz también de fusilar a su sacristán; capaz, en un arrebato de furor, de arrojar en una fosa recién cavada a quien el día siguiente será nombrado Presidente Interino. Todas estas características, dijo el conferenciante, él las comparte con su personaje. Él se siente vilipendiado, injustamente relegado, mal retribuido y mal interpretado, es capaz de participar en una conjura, pero incapaz de comprenderla, capaz de planear grandes operaciones, pero incapaz de cuidar los detalles, es respetuoso con los fuertes y despiadado con los débiles, inoportuno en sus explosiones de furor y muy torpe para cortejar a la autoridad. Además, el conferenciante confesó que a él también le gustaría tomarse una botella de coñac Martell cada vez que se siente deprimido, resfriado o eufórico. El general Arroyo, concluyó el conferenciante, es una máscara de Jorge Ibargüengoitia.
El general Arroyo se rasura en el pullman cuando el tren entra en la ciudad de México, porque al conferenciante le gusta rasurarse en el pullman cuando el tren entra en la ciudad de México. El tren llega a la Estación Colonia. ¿Por qué no la describe el general Arroyo? Porque tanto el general Arroyo como el conferenciante conocen la estación Colonia, entonces, ¿para qué van a describirla? El general da órdenes perentorias al jefe de estación, lo cual es uno de los sueños dorados del conferenciante. El velorio del general González se efectúa en una de las casas de Londres, que el conferenciante, que vivía enfrente, siempre consideró propia para velorios. Los generales toman mezcal en el Paraíso Terrenal, porque al conferenciante le gusta el mezcal. El General Arroyo no describe la mesa cubierta de vasos de sangrita, saleros y limones chupados, porque al conferenciante no le gusta la sangrita y porque el general Arroyo nunca describiría una mesa, ni limpia ni sucia, cuando tiene cosas más importantes que decir.
Con esta explicación terminó la primera parte de la conferencia y a continuación, el conferenciante invitó al público a hacer preguntas …
* Relación de la conferencia dada en el ciclo “Los narradores ante el público, celebrada en la sala Manuel M. Ponce, el 12 de agosto de 1966, y organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes.

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