martes, 17 de agosto de 2021

El azadón, las malas hierbas y el continente que somos

 


10 de abril de 2021

Golpe seco, sonido sordo, nube de polvo y gotas de sudor. Erguirse, levantar los brazos a la altura de la cara, sujetar firme y fuerte el mango, armonizar el movimiento de cintura, espalda y brazos, para que el corte de la hoja sea efectivo y otra vez el mismo efecto: golpe seco, sonido sordo, nube de polvo y gotas de sudor. Como queriendo evadirme -o, quizá, ¿evaporarme?- del calor del mediodía, me concentro en los detalles del esfuerzo físico que supone preparar un cuadrante de tierra para el cultivo de hortalizas.

Entre golpe y golpe del azadón voy descubriendo, no sé si con hastío o incredulidad, que mi mente se ha ido llenando de malas hierbas que requiero arrancar: un candidato que comienza campaña dentro de un ataúd, unos jóvenes que se disfrazan de ancianos y falsifican identidades para inocularse anticipadamente contra el COVID, un intendente que abusa sexualmente de una mujer intubada por la misma enfermedad, titulares en los noticieros y en los periódicos que abonan a cierta desesperanza sobre la especie humana. Sí, requiero erradicarlos.

Una breve pausa para hidratarse y recobrar energía. Varios golpes más de azadón para seguir haciendo cicatrices en la tierra en donde depositar las semillas para darle continuidad al ritual primigenio de la lucha del hombre por dominar a la naturaleza y sus productos; el origen de la civilización misma, para ser concisos y precisos. Sigo concentrado en la técnica para ser más efectivo y preciso en la tarea encomendada. Es mucho el esfuerzo y magro el resultado. Dos puntos rojos que arden y crecen en la palma de mi mano derecha dan cuenta de mi poca habilidad, o falta de costumbre, en el manejo de estas herramientas. Sonrío para mis adentros

 Reconozco mis raíces familiares en el campo michoacano, no sólo como referencia de origen, sino como fuente de trabajo por muchas generaciones y al mismo tiempo sé que yo soy un individuo enteramente urbano en mis prácticas y costumbres. No obstante la molestia, sigo haciendo el mejor de mis esfuerzos. Entre golpe y golpe, que trato de asestar de manera rítmica, me voy despojando de esas hierbas nocivas. El azadón hace lo suyo y me viene a la mente el pasaje de una novela del escritor colombiano Mario Mendoza, Satanás se titula y bien puede aplicarse a mi sentido de malestar y extrañamiento social que tengo en estos últimos meses:

“—Yo lo que quiero es irme lejos, no quiero saber de nadie, estoy harto de esta sociedad y de esta cultura(…)
“—Mira (…) sueños de fuga hemos tenido todos. Pero si quieres mi opinión te la voy a dar: para que tú puedas estar en tu estudio (…), en un país como éstos, hay miles de campesinos humildes que madrugan para sembrar en los campos, obreros que se levantan a pegar ladrillos, a cortar caña, a amasar pan, a conducir camiones, a trabajar en los socavones de las minas. (…)
“—No lo había visto de esa manera.
“—Tú no eres sólo tú. Tú eres tu gente, tu pueblo. Te llamas Juan, Ignacio y Beatriz, tienes cinco años, veinte y setenta, eres ama de casa, abogada, secretaria, lechero y mecánico. Tú eres un continente.”

Sí, quizás todos somos un continente, pero en este momento, sólo tengo frente a mí un pequeño rectángulo de tierra que debo preparar para cultivar algo en ella. Así que a darle, que no hay de otra: golpe seco, sonido sordo, nube de polvo y gotas de sudor. Quizá esta sea la mejor manera para componer el continente que he sido hasta hoy. Me concentro o me evado, no lo sé. Al sol del mediodía se afanan mis intenciones de hortelano citadino.

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