martes, 17 de agosto de 2021

La esperanza es eso que vemos a través de una ventana

 


27 de marzo de 2021

Apenas es martes y siento que me he quedado anclado en el tiempo. Suspendido en la espera de una llamada que no llega. Debía de haber sucedido el jueves de la semana anterior porque comenzarían a vacunar el sábado. Eso me dictaba mi optimismo. No ocurrió el jueves, tampoco el viernes. Es cosa de ser pacientes, constantemente me lo repito, para seguir alimentando la esperanza. El sábado comenzaron y la expectativa inicial no había disminuido. Pero tampoco sucedió nada. El domingo serviría para ajustar la logística, pero seguirían contactando a las personas registradas para que acudieran el lunes. Eso dijeron. Nada. Los días más lentos de la historia de la familia. Las informaciones oficiales y las de las redes solo confunden. Hay que esperar la llamada me repito. No hay que contribuir al desorden, aunque en nuestro interior, un huracán de emociones nos consumen y nos agotan.

-Hijo, no me quiero vacunar.
-¡Ah, caray! Y ¿eso por qué?
-¿Ya para qué? Ya estoy vieja. Tengo 86 años. Ya lo que tenía que hacer: lo hice.
-No, madre, pero algún buen consejo o enseñanza todavía tendrás para alguno de nosotros.

Se queda callada. Por un momento sostenemos la mirada fija entre los dos y luego se voltea hacia la ventana… Como queriendo evitar el roce o la discusión… y vuelve a insistir:

-¡No! ¡No me quiero vacunar! Que se la pongan a alguien que la necesite más que yo. A mí me falta poco para morir. ¡Mejor no!

Me conmueve y me confunde su respuesta, a la que sólo atino a refutar:

– Bueno, pues si tu decisión es no vacunarte porque ya te vas a morir, entonces también vamos a suspender todos los medicamentos que tomas para la hipertensión y demás males que te aquejan. ¿Para qué tanto esfuerzo si solo estamos alargando tu martirio?

Apenas termino de hablar y me doy cuenta de lo mucho que me sorprende mi respuesta. A ella más. No suelo ser tan tajante con casi ningún asunto de la vida. ¿Qué me movió de un tono de comprensión a uno casi de desesperación? No lo sé. No lo entiendo. Parece que tampoco mi madre. El silencio se adueñó por completo del instante y del comedor. Seguimos juntos mirando hacia la ventana. Como si del otro lado de ella, escondidas, estuvieran las respuestas y la tranquilidad para el desasosiego. Seguramente ambos estamos viendo cosas diferentes a través de ella. Mi madre ve su presente y se consuela en el pasado, yo parece que me aferro a forjar un horizonte de futuro. ¿Quién sabe qué premoniciones nos espían más allá de la ventana? Nuestros ojos las buscan sostenidos en las miradas que indagan el horizonte.

Recuerdo una columna de Alma Delia Murillo, la del 5 de febrero de este año, el título y el contenido no pudieron ser más exactos para lo que en este momento estoy pasando en mi experiencia familiar “Decir adiós a una generación”. Desde las primeras líneas nos ubica en esas reflexiones que evitamos a diario para no jodernos la jornada:

“Nos hicimos viejos. O quizá es peor: nos hicimos de la edad de nuestros viejos sin tener la edad que tienen ellos.
Este tiempo, esta pandemia, estos días han revelado una verdad brutal: sí, ya sabíamos que nuestros padres y madres son mayores, pero no sabíamos cuánto.”

Sí. Ella es vieja. Sin duda. Por momentos yo me siento más cansado y me quejo como si fuera más grande que ella. ¿No se han sentido así o esto sólo me ocurre a mí? Sigo enganchado en estas meditaciones, sin saber cómo romper el silencio. Las palabras, como muchas veces me sucede, cuando más las necesito, nunca suelen acudir en mi auxilio. Rompo el hielo del silencio de esta calurosa tarde acercándome y abrazando a mi madre, en la esperanza de mirar hacia el mismo punto a través de la ventana. En la esperanza de la vida y sus respuestas porque, como dice Silvio Rodríguez, de lo posible –la muerte- se sabe demasiado.

***

Es sábado por la mañana.

Hay que esperar la llamada.

¿Cuántas historias como la nuestra?

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