sábado, 5 de junio de 2021

Crónica de un instante en el que no sucede nada


13 de febrero de 2021

Febrero se acordó de su vocación invernal y convocó al frío de las madrugadas y al viento de las tardes que nos despeina el alma, así que éstos salieron del armario estacional al que se habían adelantado con algunas semanas de antelación y así, casi sorpresivamente, comenzaron a hacerse notar en estos días de tiempo congelado. Yo apenas y me había percatado del cambio de año, pues tenía pocos días que había quitado del muro el calendario anterior por el del 2021 y llegó febrero friolento a decir “aquí estoy”.

 ¿Existió el 2020? o ¿sólo lo soñamos? ¿Seguimos inmersos en esta especie de coma social inducido del cual no sabemos cómo ni cuándo habremos de despertar? No lo sé, no tengo respuestas. No al menos en esta tarde y en este momento en el que intento resolver el dilema de cómo cubrir mis manos del frío que atrapé con ellas hace unos minutos. La verdad es que yo quería alcanzar las nubes blancas y grises que volaban de prisa sobre la terraza de la casa, así que me paré de puntas sobre mis pies, estiré lo más largo que pude mi tronco y elevé al máximo mis brazos, pero lo único que capturé fueron pequeñas partículas de nieve que no dejé llegar a las montañas en las que estaban programadas para posarse y extinguirse en ellas, o ¿perpetuarse? Quién lo sabe.

Siento el frío hasta las falanges. Es febrero, me repito, para asegurarme que sigo sujeto al tiempo de estos días. Pronto llegará marzo. El invierno dará paso a la primavera. Para nosotros quizá cambie todo, o lo más probable, es que quizá no cambie nada. Quizá marzo traiga escondida otra tarde de fríos vientos dispuesta a despeinarnos el alma en estos tiempos en los que parece que, a pesar de todo lo que ocurre, no pasa nada.

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