martes, 29 de diciembre de 2020

Bitácora de la enfermedad


21 de marzo de 2020

Hoy que es imperativo hablar de enfermedades y de pandemia, recupero un par de apuntes del 2009, elaborados en los aciagos días de la contingencia por el H1N1, cuando por una sobredosis de información, al igual que ahora, por un momento me creí afectado de por ese mal y resultó una afección de lo más común, que puede padecer cualquier individuo de la especie humana.

Domingo en la noche
Todo comenzó como un simple dolor de cabeza. Ante las circunstancias recientes, lo primero en lo que piensas es en una gripa (influenza para los léidos). Un comprimido para combatir el dolor, pensando en dormir bien, deseo que no se cumplió.

Lunes
Fiebre, sudor y pesadillas antes de poner un pie sobre el piso. Como sea, era la “hora de levantarse”, pero de inmediato reconozco que la fuerza física me había abandonado y el mareo fue el ritmo torpe de mis pasos. Sin deseos de comer, apenas y si apetezco un vaso de leche, con un par de galletas. El lácteo fue el catalizador: mi indisposición no era por gripe, sino por un malestar estomacal. Ante la evidencia irrefutable, acudo al médico y comenzamos a trabajar sobre la recuperación del aparato digestivo. ELLA, comprensiva e intuitiva está junto a mi.

Martes
Más fiebre, más sudor e igual número de pesadillas. Para un insomne, encima de que duerme poco, no puede haber mayor desgaste físico que dormir mal los pocos minutos en que lo puede lograr. Confiando en que las primeras tomas de medicamento algún efecto benéfico tendrán, me encomiendo a Hipócrates, pero nada. El analgésico se supone que trabaja por espacio de 6 horas, y yo, a la cuarta hora, siento los embates de la infección que no cede y que se niega a abandonar mi cuerpo. Mañana, una larga espera por ese mañana, pienso que quizá será un día mejor. ELLA enfermera, se preocupa un poco más por mí.

Miércoles
Sumada a la infección, hay que impedir que la deshidratación depaupere más el maltrecho cuerpo. Litros de agua, de bebidas con electrolitos y más litros de agua. Sin embargo, la infección sigue en plena rebelión y la temperatura corporal no conoce mejor umbral que 38 grados centígrados. Nueva llamada al médico, súplica un tanto desesperada: “lo que sea, como sea, ¡pero quíteme la fiebre y el dolor por favor! Se reorganiza la administración de los medicamentos y se suman nuevas sustancias para esta lucha que está siendo hasta ese momento desigual. El analgésico se agotó, casi como los deseos de irme a acostar ¿para qué? ¡Si no voy a poder dormir! El pesimismo se convierte en mi sombra y, también hoy, me acompaña en los breves pero recurrentes paseos que emprendo entre la cama, los libros, el baño y de vuelta. El cansancio obliga a un descanso. Las pesadillas llegan casi cuando el Sol está a punto de inaugurar el nuevo día. ELLA, ángel de la noche y de la mañana, enfermera del cuerpo, también se ocupa del desgaste del estado de ánimo. Ante la adversidad siempre es estimulante el humor inteligente.

Jueves
Litros y litros de hidratantes, antibiótico, pero sobre todo, una sola toma de analgésico. Parece que hoy sí la llevo de gane. Trato de establecer un comportamiento dentro de la “normalidad”, pero el cuerpo sigue pasando factura. El desgaste ha sido fuerte y a cada esfuerzo físico emprendido, le sigue un periodo de recuperación sumamente prolongado. Si el mareo por la debilidad desaparece por la mañana, estaré en condiciones de por lo menos cumplir con la responsabilidad de las clases. Pero no, una cuartilla leída equivale a una buena jaqueca. Tratar de sostener un discurso lógico y coherente es una meta impensable para este momento. Así, que sin más remedio, sigo recuperándome en el espacio reservado de mi habitación y el estudio. ELLA comprensiva y preocupada por mi “inoperancia” intelectual me acerca una novela que está leyendo y la comparte conmigo, Un grito de amor desde el centro del mundo, de Kyoichi Katayama. El texto comienza así: “Aquella mañana me desperté llorando. Como siempre. Ni siquiera sabía si estaba triste. Junto con las lágrimas, mis emociones se habían ido deslizando hacia alguna parte…”

En mucho me identifiqué con las frase, así que, sin más, la historia de Aki y Saku Chan llenó mis horas. El cerebro, por lo menos, parecía que no se había atrofiado tanto.

Viernes
Primera noche sin dolor, sed y pesadillas. La reserva física fue suficiente para cumplir un compromiso académico ineludible. Parece que ahora sí la libré. ELLA objetiva, dice: “esto ya pasó, pero se impone necesariamente una biometría”. En cuanto la flora intestinal regrese a donde debe estar, es la única asignatura que queda pendiente de esta crisis estomacal.

*

Una vez recuperado, como era lógico, jamás me realicé la referida biometría y sí, me reincorporé de inmediato a la legión de opinólogos que como ahora, se habían convertido en expertos sobre la pandemia del 2009 y que los resumió con bastante precisión, José Woldenberg, en la columna que publicó el 30 de abril en el diario Reforma:

El experto exprés, que se acostó ignorante pero se levantó conocedor del tema.
El sagaz opositor, que descubre la huella de la manipulación del gobierno en la propagación intencionada de los virus.
El escéptico insobornable, que duda donde otros creen y descree de cada medida y cada cifra.
El acólito de la autoridad, que encuentra en todo lo hecho por las autoridades sensatez y presciencia.
El pescador monotemático, genuino experto en el tema cuya eclosión lo vuelve celebridad instantánea en los medios.
El erudito memorioso, capaz de recordar lo casos semejantes que registra la historia y repetirlos con ánimo de ejemplo moral o simple exhibición de suficiencia.
El ubicuo tiranetas que puede o no saber de lo que habla pero traza líneas con certeza tiránica sobre lo que hay y no hay que hacer.”

Hoy que apenas comienza la cuarentena y la sana distancia por el COVID-19, me siento parte de algo que ya me había ocurrido, como una especie de déjà vu, ¿a alguno de ustedes le ocurre igual?

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