miércoles, 30 de diciembre de 2020

Uno y sus demonios


 5 de diciembre de 2020

El día es gris y lluvioso, como en sintonía con el ánimo compartido en las últimas semanas. Parece que no ha ocurrido nada y, sin embargo, para muchas personas ha cambiado todo. O acaso ¿habrá alguien que se atreva a afirmar que entiende y sabe cómo comportarse a cabalidad en esta nueva “normalidad”?. El optimismo condensado en las frases motivacionales que inundan las redes sociales a todas horas no es más que el rostro luminoso con el que hemos querido envolver nuestros temores e inquietudes compartidas. Leo por aquí y por allá que antes estábamos peor y no lo sabíamos, pero que ahora, con el agua casi hasta el cuello, a punto de tocar el punto más crítico de la situación, es momento de reconocer que estamos mal, pero, al mismo tiempo, es la oportunidad de comenzar a transitar el camino para que el futuro sea mejor para todos.

¿De verdad hay algo de consuelo en esa frase? Y disculpen ustedes esta actitud tan escéptica y negacionista con la que he tenido que lidiar últimamente, con la que hasta yo mismo me siento incómodo. Dicen que el tiempo pasa, pero no los días. El reloj no se ha detenido ni un solo segundo. Busco maneras para salir de estos laberintos mentales y no hago más que resbalarme continuamente con los charcos que forman la duda, la sombra y la incertidumbre. ¿A dónde se han ido muchas de las certezas que nos hacían funcionales o aptos para esta vida? No lo sé. Es la pregunta que me ronda constantemente.

El distanciamiento físico comenzó en marzo, pero, al paso de los meses, ahora parece que mi aislamiento emocional me coloca cerca de los abismos de la indiferencia y hasta de la misantropía. He dejado de ver los diarios, de seguir los noticieros de televisión y radio, en un afán de protegerme de un mundo al que me está costando trabajo encontrarle una razón y una lógica más superior que los banales intereses económicos, políticos y financieros con los que cotidianamente nos han querido convencer de que en ellos se fundan el bienestar colectivo y la felicidad individual.

Las cifras de la pandemia, el porcentaje de efectividad de la probable vacuna, los precontratos para adquirirla no son más que números que poco o nada dicen de lo que cada uno de nosotros hemos tenido que lidiar para llegar hasta aquí a más de nueve meses de ser actores y testigos involuntarios de esta situación excepcional de salud. Una de las pocas opciones que hemos tenido para salir de esta situación ha sido la investigación y divulgación científica, pero nos hemos cansado de llenar con piedras y obstáculos esa vía por medio de la ignorancia, el prejuicio y las fake news.

Como bien lo dijo el astrofísico norteamericano Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios, la ciencia es más que un cuerpo de conocimiento, es una manera de pensar. Y ante lo vertiginoso de la vida moderna, más vale una teoría pseudocientífica invulnerable e irrefutable que proporcione sensación de tranquilidad, que una actividad científica que formula hipótesis, experimenta y corrige sobre los resultados obtenidos hasta llegar a la solución del problema planteado. Bien sabía Sagan sobre esta grave dificultad cuando, para abrir su texto, utilizó un epígrafe de otro gran científico, Albert Einstein: “Toda nuestra ciencia, comparada con la realidad, es primitiva e infantil… y sin embargo es lo más preciado que tenemos”.

Primitivo e infantil, así he transitado varios de estos meses, hasta el punto de intentar recordar qué era lo que estaba haciendo justo cuando esto cambió. ¿Valdrá para algo recordarlo?, recuperar no sólo el recuerdo, también las sensaciones, los sentimientos alrededor de aquello que estaba haciendo, pensando, planeando, viviendo, ¿valdrá y me servirá para algo en esta nueva «normalidad» que amenaza establecerse entre nosotros por tiempo indefinido? No sé si uno sigue siendo, completamente, el mismo y si los demonios habituales se han mantenido íntegros, se han transformado o se han fortalecido, quizá también -como uno- ellos se ven forzados a adaptarse o, en el peor de los casos, a convivir con otros de su especie que recién vamos descubriendo.

Lo cierto es que, como bien lo dijo Joan Didion al inicio de su texto El año del pensamiento mágico: “La vida cambia de prisa / La vida cambia en un instante / Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba”.

Uno y sus demonios. Así estas horas y estos días que pasan y se repiten.

No hay comentarios:

Publicar un comentario