miércoles, 30 de diciembre de 2020

El «soundtrack» de la memoria


31 de octubre de 2020

 Las raíces de mis gustos musicales son una compleja telaraña difícil de desenredar. Demasiados y diversos géneros, cantantes, grupos, disímbolos entre sí, han sido agregados a lo largo del tiempo a mi playlist generacional o individual. En una edad temprana lo mismo escuchaba las rondas infantiles de los Hermanos Rincón, que a Gabilondo Soler “Cri-Cri”, al dueto hispano Enrique y Ana, con su disco de soporte pedagógico para aprenderse melódicamente las tablas de multiplicar, así como también las abirragadas canciones del payasito de la tele: Cepillín, el mismo que 40 años después las nuevas generaciones le dieron sus otros 15 minutos de fama a través del uso de una de sus canciones para videos y memes en las redes sociales. Todo ello lo escuché sintonizando el programa de “El abuelo Tito”, que transmitía la XEI a las 7 de la noche.

A esa vertiente de la vena musical infantil debí de sumarle una gran lista de tríos e intérpretes de bolero que eran del gusto de mi papá y que escuchaba en las tardes en que lo acompañaba a la peluquería, donde una vez que se realizaba la tarea estética, daba paso a una larga sesión de dominó, conversación y boleros que terminaba justo en el instante en que mi madre, intrigada por la tardanza de padre e hijo, se asomaba al local y era momento de recoger las fichas del juego, levantar la aguja de la consola y pagar el servicio requerido, realizado, hacía ya, muchas horas. Quizá no pueda mencionar con precisión el nombre de los tríos, los interpretes o las canciones pero la memoria tiene sus propios mecanismos de recuperación y salvamento: en cuanto suenan los primeros compases y acordes de ese género musical el corazón se lanza por el tobogán de la nostalgia y de inmediato identifico que esa canción ya la había escuchado y forma parte de mi ADN.

Por si eso no fuera suficiente para definirme como un ecléctico en mi temprana apreciación musical debo agregar que fue en ese mismo periodo que fui acercándome a las canciones en inglés por influencia de unos amigos y vecinos míos, que estudiaban inglés en una academia particular, y que continuamente tenían que realizar como actividad de aprendizaje la traducción de algunas canciones escritas en dicho idioma. Desconozco quién fue ese ente visionario, el anónimo profesor de lengua extranjera, al que le debo haber conocido desde los 5 o 6 años la música de Los Beatles, los Rolling Stones, Creedence, Pink Floyd y muchos otros grupos más que desde entonces han sido un referente sonoro fundamental. Fue tal el impacto que me causó que puedo recordar con perfecta claridad y con detalle el momento en que escuché la primera canción en el idioma de Shakespeare fue Hey Jude de los Beatles, de la cual no entendía ni media palabra pero que disfrutaba, desde ese entonces y hasta la actualidad, segundo a segundo, los más de 7 minutos que dura. A partir de ese momento, fue inevitable que me convirtiera en un estudiante extracurricular de la clase de inglés, no porque me interesara el idioma en sí, sino por el gusto de ayudarles a “resolver” la traducción del día a mis amigos.

Con ese habitus musical primigenio, mi familia cambió de barrio e imprevisibles horizontes sonoros me esperaban a la vuelta de la esquina. A las incipientes incursiones que por amor al arte hacía yo al rock en inglés, poco a poco, también fui inducido por los amigos del nuevo barrio a las expresiones del mismo género pero en español. Una amalgama nada fácil de digerir o asimilar, puesto que los grupos e intérpretes que circulaban por estos renglones torcidos del pentagrama, no terminaban aún de resolver el problema de la identidad y originalidad de realizar una propuesta autóctona de un género extranjero. Yo, ajeno a ese debate, me dejé llevar por la experiencia de encontrarme con grupos como los Dug Dugs, Chac Mool, Three Souls in my Mind, el precedente del septuagenario Tri que todavía da de gritos en los escenarios, sin siquiera tener la sospecha de que con el paso del tiempo, los enciclopedistas e historiadores de este género musical en el país, los colocarían como referencias ineludibles para entender el desarrollo del rock nacional en la siguiente década.

Así, con este arsenal de notas, guitarrazos y estribillos pegajosos, es que me enfrentaría a una nueva etapa de mi formación músico-sentimental; pero eso es otra historia y otros acordes que dejaré pendientes para una posterior colaboración. De momento, dejo que mi memoria auditiva se vaya sumergiendo por los vericuetos del recuerdo para que el corazón dance, a su ritmo, al compás cadencioso del sístole diástole del soundtrack de mi vida.

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