martes, 29 de diciembre de 2020

Discursos


10 de noviembre de 2019

Cada vez participo menos en los debates que sobre los asuntos de interés público se suscitan. No es apatía, falta de compromiso o desinterés, pero reconozco que de un tiempo a la fecha, a las personas ya no les interesa dialogar, intercambiar puntos de vista e impresiones sobre los asuntos que de interés común nos debemos de ocupar. El adoctrinamiento en su versión renovada y recargada se nos presenta con el pomposo nombre de “Lo políticamente correcto es…” y cualquier posición, opinión o crítica que se aleje de este conjunto de valores y principios, asumidos acríticamente, nos hace candidatos ideales para la inquisición moderna, ahora llamada redes sociales.

¿Cuántas veces nos hemos puesto a indagar las razones que dieron origen y fundamento a este discurso de lo correcto e incorrecto, políticamente hablando, para las sociedades? ¿Ha servido de algo la uniformización de criterios e inteligencias para solucionar nuestros problemas más urgentes que como ciudadanos y como comunidades humanas estamos padeciendo? ¿No es acaso una forma renovada, edulcorada y más sutil de la alienación humana de la que nos advirtió desde el siglo XIX ese pensador alemán, ya “pasado de moda”, Carlos Marx?

Ahora que revisaba mis archivos me encuentro con un texto que elaboré el 15 de octubre de 2009 y, que salvo algunas pequeñas adecuaciones, las cuales hice para poder compartirlo, sigue siendo una postal vigente de que las cosas no han mejorado mucho en nuestro país en el transcurso de una década. He aquí el texto de marras:

“El descontento se huele en el aire. Todo el día no ha sido más que la tensa preparación del malestar que recorrerá estas calles. La cita es a las 16 horas, pero el reclamo no respeta horarios y un primer contingente toma el asfalto a eso de las 11:30 y la ciudad comienza a convertirse en escenario y espectadora de las exigencias de sus habitantes. 17:45, el flujo humano, desde el Ángel de la Independencia, hasta el Zócalo, alza la voz y en el fondo se escucha un sólo canto: justicia, un alto a la impunidad y a la corrupción. Consignas muchas, amargas, con rencor, con muchos elementos de verdad. De Madero a Tacuba, de Tacuba a Donceles, ríos de gente, hay que cruzar entre ellos si es que algún rumbo tienen tus pasos. Al llegar a la Alameda la imagen se magnifica y las señales y sentidos se confunden. El Hemiciclo a Juárez está fuertemente custodiado por policías antimotines con cara de niños, tensos unos, algunos otros con ganas de sumarse al contingente. Los espectadores aplauden y se suman a la poesía urbana a su manera, con espontáneas e ingeniosas consignas que enriquecen el abanico discursivo de la protesta. Al centro de la Alameda, los que no tienen fuerza o esperanza para seguir gritando, apagan su tristeza con una botella de alcohol u oliendo un pedazo de estopa con activo. En la esquina más lejana, un soldado y su Juana, a los cuales no les cabe la felicidad en el pecho, se abrazan y se besan tímidamente, como con miedo de que el mundo les arrebate ese momento. Por Avenida Juárez, la ciudad clama justicia. Por Avenida Hidalgo, el amor reclama otra oportunidad. Hora de bajar al andén del metro. Rumbo a la terminal Observatorio la duda se me clava en la memoria ¿Qué dirá la historia mañana sobre la marcha, sobre la ciudad, sobre el soldado y su Juana?”.

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