martes, 29 de diciembre de 2020

Más costalazos da el hambre


 18 de enero de 2020

Ya es un lugar común decir que gran parte del sentido de la lucha libre es el teatro, pero siempre hace falta afirmar que los actores más entusiastas no son los luchadores, sino los espectadores (…) Los resultados en la lucha libre son siempre anticlimáticos. Sólo en la lucha libre el bien se enfrenta al mal en igualdad de condiciones.

Carlos Monsiváis

La lucha libre mexicana es un deporte teatralizado con movimientos ensayados en el que se pueden exagerar los golpes y las caídas, en una representación atlética de la lucha entre el bien y el mal. Lo más sencillo es decir que es una farsa, lo más fácil también, es aplicar la indiferencia ante el riesgo que supone este deporte. Pocos luchadores llegan a este espectáculo por la idolatría, el éxito económico y el prestigio que supone y que está reservado para muy pocos, demasiados pocos. La mayoría lo hace para seguir rajándose la madre dentro de una arena y arriba de un ring, que seguir permitiendo que la pobreza los siga vapuleando a ellos y a sus familias en las calles. Parafraseando a Luis Spota, bien sabemos que “más costalazos da el hambre”que la propia lucha. Mucho tiene de espectáculo, pero lleva implícito mucho dolor.

El recién concluido 2019, y el apenas naciente 2020, ha sido un periodo de numerosos fallecimientos de profesionales que practicaron este deporte. Sobre el ring murió Silver King por un infarto a mitad de lucha en una arena en Londres. En octubre pasado, La Parka se lastimó gravemente al impactarse contra un barandal al fallar un lance desde el ring y murió hace pocos días. Mr. Niebla falleció a consecuencia de una artrosis séptica derivada de las tantas lesiones que acumuló en su cuerpo. De los ídolos de antaño, se adelantaron El Dr. Karonte, quien fue protagonista del cine de luchadores en la década los sesentas y setentas, bajo la sombra de El Santo. Y a esta nefasta lista se sumó Pedro “El Perro Aguayo” en julio pasado, de quien hice una nota, la cual comparto con ustedes.

 Ahora que me obligo a reflexionarlo, entiendo que me hice aficionado a la lucha libre por las películas de luchadores que en su mayoría vi por televisión. El Santo, Blue Demon, Cavernario Galindo, Huracán Ramírez y un luchador de gran tonelaje, llamado La Tonina Jackson, fueron los primeros nombres que atesoré. Más tarde, porque mi padre estaba vinculado al mundo del deporte, tuve la oportunidad de asistir a algunas funciones de Lucha Libre en el auditorio de lo que en esa época se llamaba la Casa de la Juventud, y hoy, pomposamente Cecufid, donde fue mi primer acercamiento a un ring y a luchadores de carne y hueso. En otro momento, no sin dificultad, rescato de mis recuerdos que a finales de los 70 asistí a una función en el Auditorio Municipal en donde me tocó ver una lucha entre El Santo, el enmascarado de plata vs Frankestein, no guardo muchos detalles de la función, sólo recuerdo que fue tal la euforia que causó este luchador, que al término de la función hubo una tremenda bronca callejera entre los seguidores del ídolo técnico y los que apoyaron al rudísimo monstruo.

 Pocos años más tarde, entre 1980 y 1985, en el Auditorio Municipal hubo una empresa que hizo el esfuerzo por traer a los mejores luchadores. Fue ahí que pude mirar a una generación de grandes leyendas de este deporte: El Solitario, Tinieblas, Dos Caras, Mano Negra, Mil Máscaras y muchos otros. Además de disfrutar en vivo y en directo de los grandes ídolos de la época, a la salida del evento, había oportunidad de comprar ejemplares de la Revista Lucha Libre, para mantenerse enterados de las noticias de este deporte en las arenas de México y el mundo. Esta actividad lectora se completaba a diario cuando mi padre llegaba con su ejemplar del periódico Ovaciones y una vez que él lo revisaba, yo me iba directo a la sección del pancracio. Ahí fue cuando me enteré de la época dorada de este deporte en las instalaciones del ahora desaparecido Toreo de Cuatro Caminos, en donde las dinastías de los Misioneros de la Muerte (Negro Navarro, El Signo, El Texano), los Villanos (I, II y III), el gigante tabasqueño Canek, Fishman, un viejo Rolando Vera y un rudo de época, el Perro Aguayo, eran los luchadores que encabezaban los programas de las funciones que ahí se ofrecían. Grandes estrellas del mundo también pisaron ese ring: André El Gigante, Abdullah The Butcher (El Carnicero), Hulk Hogan y un gran luchador japonés llamado Gran Hamada.

 Justo fueron esos años en los que conocí al Perro Aguayo. Sin duda, no era el mejor luchador, no poseía una gran técnica, ni un gran físico, pero eso sí, lo valiente no le cabía dentro de su golpeado cuerpo. Su lance patentado fue la Lanza Zacatecana. Tuvo grandes rivalidades, la más recordada por muchos aficionados, fue la que precisamente entabló con Gran Hamada, que los hizo enfrentarse varias veces, ya fuera por el campeonato mundial o por la cabellera en apuesta, en los cuadriláteros de México y Japón, donde el Can de Nochistlán también se convirtió en un gran ídolo en el país del Sol Naciente. Para mi fortuna, lo pude ver en vivo en esas funciones en el Auditorio Municipal en una lucha acompañado de Blue Panther en contra de El Solitario y Dos Caras (¡luchadorazos todos!). Una bestia dentro del ring, un caballero fuera de él. Sus rivalidades deportivas le hicieron ganarse la admiración del respetable y el reconocimiento de sus compañeros de profesión. Otros grandes contrincantes fueron Sangre Chicana, El Cobarde, El Negro Navarro, Konan, el hijo de El Santo, Máscara Año 2000 y Universo 2000 (este par, integrantes de la Dinastía de los hermanos Reyes, de Lagos de Moreno, los famosos Dinamita).Fue precisamente en una lucha contra Universo 2000 que éste le aplicó una llave prohibida, el Martinete Invertido, y la lesión en sus cervicales aceleraron su retiro. Quiso la vida darle todavía una prueba más dura, siendo testigo de cómo moría su hijo, El Perro Aguayo Jr. en un ring en la ciudad de Tijuana en el 2015.

 Fue tal mi reconocimiento a este luchador que cada vez que escuchaba las notas de “La Marcha de Zacatecas”, en lugar de recordar las formaciones escolares al finalizar el receso en el patio de la primaria, en mi mente recreaba la aparición del rudo zacatecano en un pasillo, con su sombrero charro y sus botas afelpadas, caminando hacia un ring imaginario. Ahora, el Perro Aguayo marcha hacia un ring celestial a encontrarse con su rudísimo hijo.

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