miércoles, 30 de diciembre de 2020

Matutina

 


24 de octubre de 2020

Abro los ojos y me mantengo en la cama, acostado boca arriba, en silencio, como tratando de no despertar a la alarma que sigue dormida al lado. Por un momento creo que le he ganado la partida, pero de inmediato me doy cuenta que no tiene ningún sentido de triunfo esa afirmación, quizá sea una manera más amable de referirme a una derrota definitiva y permanente frente al insomnio. Suspiro profundamente, como queriendo detener esas recriminaciones internas tan a deshoras y me coloco de costado, mirando a la cortina, sin ánimo alguno de traspasarla. Las sombras de la habitación prolongan artificialmente la oscuridad de las noches y las madrugadas que yo una vez más he desperdiciado. Giro hacia el otro lado, en un arrebatado intento de ganarle unos minutos del sueño, pero las notas de “When it´s love”, de Van Halen, la canción que yo mismo programé para arrancar con energía el día, son la confirmación auditiva de que la jornada inicia, sin importarle que yo haya podido conciliar el sueño o no.

Me asombra la capacidad de resistencia diaria que tengo para asumir esta desventaja permanente. Resiliencia, dirán algunos, pero me parece demasiado elegante la palabra para denominar a eso que me pasa todas las mañanas. Me levanto como impulsado por un resorte y antes de dirigirme al baño o a la cocina, como cualquier persona normal, me dirijo al estudio y voy directamente al librero en donde se encuentran los diccionarios. No es superstición, ni cábala, pero intuyo que tampoco sería bueno iniciar el día con una duda. Tomo el diccionario de la RAE, busco el significado y confirmo que quizá sí me ajusto yo, ¿o se ajustan las acepciones a mí?, a lo que me sucede todas las mañanas.

Una vez resuelto el dilema existencial en el que me había metido en ayunas, lo asimilo y sintetizo de manera más sencilla para mí: son maneras de vivir y, en esa avalancha irrefrenable de asociación en la que constantemente me pierdo, recuerdo la canción de Miguel Ríos que lleva justo ese título y mentalmente recupero las primeras estrofas de la canción: “No pienses que estoy muy triste / si no me ves sonreír / es simplemente despiste / maneras de vivir”. Y como ya llevaba minutos metido en el tema, inmediatamente busco en el reproductor de música de mi teléfono la canción de marras, pero por ser parte de un álbum que me gusta por completo, pues decido agregar las 27 pistas que lo conforman a la lista de reproducción, e intento regresar a la habitación como queriéndome convencer de que todavía me puedo robar unos minutos al desvelo, pero mi mascota, que sigilosamente me acompañó desde el momento en que abandoné la cama, me bloquea la ruta, salta, ladra y mueve la cola, porque ella sabe mejor que yo que ya es hora de ir a hacer la caminata acostumbrada. Le prodigo un par de palmadas y la quito de mi camino, queriéndola convencer de que, por hoy, eso no sucederá, pero de inmediato se rehace y se coloca de nuevo frente a mí, repitiendo sin cesar el mismo protocolo: saltar, ladrar y mover la cola sin parar. “¿Quién pasea a quién?”, otra pregunta que me planteo antes del primer café y, como no quiero enredarme tan pronto en un nuevo debate filosófico, me pongo los arreos para el paseo matutino, al que ahora debimos de agregar careta y cubrebocas, y vamos al encuentro del sol, de la vida, de sus problemas y de sus alegrías, teniendo como escenario una ciudad que apenas va despertando por zonas, el aire frío entrando a mis pulmones y la música que desde temprano ha venido acompañando mis dudas, mis reflexiones y mis pasos.

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