martes, 29 de diciembre de 2020

Gravedad


3 de noviembre de 2019

A medida de que voy envejeciendo soy más consciente de mi decreciente ánimo para sumarme a las multitudes por el solo hecho de asistir y ya. Pregunto, me informo, me documento, hago cálculos amañados, pues de antemano ya sé que el resultado final será el que desde un inicio –mentalmente– he establecido y, casi siempre digo que no, que muchas gracias, que “estoy lleno de ocupaciones” y en algunos casos, la fórmula cortés de expresar: “para la siguiente”, o su prima hermana, más diplomática de “en otra ocasión y nos coordinamos con antelación”. No sé si ya estoy en el camino sin retorno de ser huésped distinguido de la cabaña del ermitaño o solo realizo un ejercicio racional –¿o racionado?– de la administración de mis energías, tiempos y espacios en los que obligadamente debo de coexistir pacífica, paciente, tolerante y civilizadamente con los de mi especie. Hoy pienso primero en los inconvenientes de salir de mis zonas habituales de tránsito y confort, que en el gozo o el buen momento que me pueda resultar de ir: ubicación, tráfico, transporte, clima, horario de inicio y fin de la actividad, tipo de comida, temperatura de la misma, atención, facilidades y cada día sumando más incógnitas, como si se tratara de despejar la fórmula para la resolución del problema matemático más complejo de la humanidad. La mayoría de las veces quedo satisfecho con el resultado de mi decisión y presto poca atención a los comentarios y balances externos que me llegan sobre el evento al que no quise asistir y, si la presión es mucha, vale decir con toda la corrección política del momento: “yo tengo otros datos”. Pero no siempre funciona ese remedio. En otras de las ocasiones debo de reconocer lo erróneo de mis cálculos y activar de inmediato el plan de emergencia para el control de los daños por el escarnio interno de reconocer que fui un estúpido, documentado, pero estúpido, y una vez más me perdí de una experiencia y momento que difícilmente se repetirá en el mediano o corto plazo. Y justo es que viene a mi memoria ese aforismo de Emil Cioran que dice: “Existe en la estupidez una gravedad que, mejor orientada, podría multiplicar la suma de obras maestras.” Y cuando el orden de las cosas es así, es entonces que, como hoy, debo reconocer que he perdido decenas de oportunidades de realizar nuevas obras maestras para el mundo. Creo que cada día estoy más grave.

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