martes, 29 de diciembre de 2020

Diario de la pandemia / 8


23 de mayo de 2020

Domingo 12 de abril
Paso del sábado al domingo viendo la biopic sobre Elton John y cerca de las 2 am el sueño me vence. ¿Minutos? ¿Horas? Poco tiempo después tuve un despertar abrupto: voces y gritos desde la calle hacen que el ritmo cardiaco se altere y me levantó casi de un brinco al lado de la cama. Entre que intento calzarme las chanclas y alcanzar la lámpara, el perro que está en la terraza se inquieta y comienza a ladrar en señal de alerta lo que genera más confusión. Con precaución, como con miedo de ser observado por los vecinos, me asomo por un costado de la cortina de la ventana y alcanzo a observar a dos parejas de peleadores, integradas cada una por un hombre y una mujer presumiblemente, trenzados a puñetazos, patadas e insultos a mitad de la calle. De manera secuencial, las luces de las casas vecinas  se encienden y la escena se ilumina como una especie de cuadrilátero urbano. Dos patadas más, un forcejeo entre uno y otros, y de la esquina más lejana al conflicto unos vecinos se acercan, sin mediar diálogo o llamados a la cordura, separan a las parejas en conflicto, los cachetean, puñetean y los mandan a dormir. Los rijosos se suben a sus autos y se retiran, haciendo sonar  más fuerte los motores de su coche, como señal de la furia que no pudieron desahogar por completo y por la vergüenza de haber sido vencidos por las cachetadas y puñetazos de mis vecinos, en particular, de la señora Ch., que venía precedida de una buena fama de noqueadora urbana. Todo ha sido en segundos, quizá un par de minutos, todo vuelve a la suave calma de las madrugadas, pero justo en ese momento, en un ejercicio de mindfulness involuntario, siento las vibraciones de los latidos del corazón en todo el cuerpo y, naturalmente, me cuesta trabajo nuevamente conciliar el sueño. Miro algunos videos en la tablet, navego sin rumbo en los oceános de los algoritmos de netflix para presentarme sus sugerencias, como si me conociera más que mi propio terapeuta y nada. Me aburro con la tecnología, abro un par de libros  que no logran atraparte y nada. Me acuesto y comienzo a escuchar música, hasta que lentamente el sueño regresa a la habitación y se posa sobre mí a eso de las 7 am, aunque 45 minutos después, el verdugo de la alarma previamente programada, me anunciaba que había que iniciar una nueva jornada en contingencia. Con mucho esfuerzo me levanté y emprendí la tarea, también previamente programada, de salir a surtir lo faltante de la despensa, siempre es mejor temprano, para procurar hacer más efectiva la sana distancia. De regreso a casa, durante el desayuno nos informan de la realización de una misa en línea por el fallecimiento de un pariente en España, y por las razones sanitarias de la época, no hubo posibilidad alguna de honras fúnebres. La ceremonia se llevó a cabo por medio de la tecnología y unió 20 hogares (¿o debo decir computadoras?) de México y España. A pesar del marco tecnológico de la ceremonia, los llamados a cultivar la fe, la esperanza y la caridad  pesan y calan en cada uno de los participantes, tanto por el motivo que nos congregó, como por el contexto que nos rodea, a pesar de los 11 mil kilómetros que dicen los mapas que nos “separan”. Agotados los planes agendados para el domingo, me propongo como único reto del día, no tomar ninguna siesta, a pesar del cansancio acumulado, para procurar que en la noche no tenga ningún problema para conciliar el sueño. Hago algunas notas, ojeo algunos libros sin decidirme por cuál seguir y sigo en espíritu pascual. Así que mientras actualizo apuntes, pongo de fondo musical el Requiem de Mozart para cerrar el domingo y las vacaciones de Semana Santa. Es el domingo más largo que he tenido hasta hoy, en este momento de la cuarentena.

Martes 14 de abril
Pausa en el reacomodo y rehabilitación del cuarto de tiliches. Mientras hago unos cuantos minutos en la escaladora elíptica descubro la ruta de los colibríes hasta el bebedero que está en la terraza de la casa: vienen de un manzano que se encuentra a dos casas de la mía. Y sí, son 3. Yo sólo había distinguido a dos, por efectos de variación en el tamaño y la coloración, pero no, resulta que al menos la familia alada que nos han estado visitando son 3. Eso me recuerda que mañana debo de cambiarles su bebida que con gusto preparo para ellos. Enganchado sobre el tema de los privilegios, todavía cruzado por cierta culpa de haber usado la aplicación de uber eats, reconozco que el único lujo que no me puedo permitir es perder mi salud mental. Me comunico con algunos amigos y con varios de ellos, con sarcasmo e ironía, compartimos la opinión de que ya hay muchos que están perdiendo el equilibrio mental, incluidos nosotros mismos. Eso me pone de buenas y me recuerda lo que muchos autores y textos dicen que el hombre es hombre por lo que es y por su circunstancia y, la juguetona de mi memoria, me recuerda que hay un poema que algo dice sobre eso. Lo recupero y lo leo varias veces, incluso en voz alta, y eso me proporciona cierto bienestar, que por estos días, es una sensación que escasea mucho.

HIJOS DE LA ÉPOCA

Somos hijos de nuestra época

y nuestra época es política.

Todos tus, mis, nuestros, vuestros

problemas diurnos, y los nocturnos,

son problemas políticos.

Quieras o no,

tus genes tienen un pasado político,

tu piel un matiz político

y tus ojos una visión política.

Cuanto dices produce una resonancia,

cuanto callas implica una elocuencia

inevitablemente política.

Incluso al caminar por bosques y praderas

das pasos políticos

en terreno político.

Adquirir significado político

ni siquiera requiere ser humano.

Basta ser petróleo,

pienso compuesto o materia reciclada.

Los poemas apolíticos son también políticos,

y en lo alto resplandece la luna,

un cuerpo ya no lunar.

Ser o no ser, ésta es la cuestión.

¿Qué cuestión?, adivina corazón:

una cuestión política.

 Wisława Szymborska

Colibríes, amigos y poesía, hoy ha sido un mejor día.

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