miércoles, 30 de diciembre de 2020

El sacrilegio de subrayar


 28 de noviembre de 2020

Fabio Morabito, en su texto “La vanidad de subrayar”, cuenta la historia de una persona que no era capaz de abrir un libro sin tener siempre a la mano un lápiz para subrayar lo que le gustaba, no importaba el género porque, para esa persona, leer y subrayar eran sinónimos y el paso ineludible para escribir sus propios textos aunque nunca en su vida había redactado una sola línea pues, en el fondo, a lo que aspiraba era a escribir un libro perfecto, subrayable de la primera a la última página.

Yo soy de esos monstruos que subrayan los libros. Para unos, una aberración y un sacrilegio, para otros, un recurso para retomar el camino cuando sientes que no vas a ninguna parte. Yo, lápiz en mano, intento discurrir a dónde van las lecturas realizadas a lo largo de mi vida lectora y dejar breve constancia escrita de mis múltiples subrayados y de los diálogos silenciosos que sostengo con mis libreros. Acaso he llegado a comprender que subrayar y compartir son parientes cercanos de la lectura y la escritura y su hábitat natural es la memoria

Memorioso ando en estos tiempos complicados y rescato, para mi (re)disfrute y afán convidatorio, estas citas y textos que desde la palabra ajena hasta la propia son, más que una recopilación cronológica de andanzas lectoras, un reconocimiento de mi vocación de subrayante empedernido:

Del maese Agustín Monsreal: «… En tanto se agota la eternidad, te espero. Vuelve…». Septiembre de 2008.

Para la reflexión: «He ido en busca de la cultura, el pensamiento, la sensibilidad, el señorío, y nada de lo que he ido a buscar fue más grande de lo que dejé: ni la cultura fue más ancha, ni el pensamiento más alto, ni la sensibilidad más honda, ni el señorío mayor…» Ikram Antaki. Diciembre de 2008.

Revisitando a los clásicos. Cuba se posicionó por azar en parte de mis intereses cotidianos. Relectura de Pedro Juan Gutiérrez y su “Rey de La Habana”, quien descarna los sentimientos de sus personajes y nos hace partícipes de sus tragedias particulares y, por otro lado, no obstante la adversidad, Carlos Varela, con su canto a las Nubes, me recordaba que la nostalgia y la tristeza a veces alcanzan niveles poéticos que no alcanzaba yo a sospechar. Cuba en mis días y un trago de anís por las noches. La contradicción me sigue marcando. ¿Y los mojitos? Siguen siendo parte de mi miscelánea de pendientes. Julio de 2009.

Cambio de dirección: Por enésima ocasión, el librero mágico, cómplice de mi insomnio desde la adolescencia, cambió de ubicación. Me tomé con calma el asunto de la mudanza del mueble más no el de la colocación de los textos en sus anaqueles. Sin mucho ánimo y con base en un “criterio de orden” anterior (¡ja!), los libros fueron ocupando el espacio que se les destinaba en esta ocasión. Como casi siempre, los de Historia, los Teóricos y Filosóficos, los de Consulta Frecuente para el trabajo, permanecieron casi intactos. Pero en el “área de literatura” (doble ¡ja!) sí hubo un cambio muy notorio: poesía, cuento, narrativa breve y al final, novela, en estricto orden de género literario, tampoco es para tanto. Todo esto que se resume en unas cuantas líneas, fue acompañado de una buena dosis de estrés y de mal humor, sin embargo, me siento satisfecho con el resultado, porque pude darme cuenta, de que tengo una lista de lecturas ya hechas y que con gusto las volvería a hacer, y tengo otra larga lista de lecturas por realizar, lo cual le dio un matiz muy interesante a este viejo librero de madera. Creo que no hay ningún best-seller por aquí, como tampoco habrá ningún incunable, no por falta de amor a los libros, sino por falta de financiamiento. Libros y librero se muestran contentos en su nueva ubicación y yo, un poco, también; a ver cuánto nos dura el gusto por el orden. Diciembre de 2009.

De Murakami: «El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esa tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso.» Tokio Blues. Enero de 2010.

De Antonio Porchia: “Cuando tú y la verdad me hablan, no escucho a la verdad. Te escucho a ti.” Voces. Agosto de 2010.

Apunte personal en el margen de la página 21 de un libro de poesía: “La realidad: una resortera. La esperanza: el pájaro que apedreamos todos los días”. Diciembre de 2011.

De Guillermo Fadanelli: “Las explicaciones no requieren explicar sino dar consuelo”. Dios siempre se equivoca. Marzo de 2012.

Y que mejor consuelo en los días aciagos que leer, releer, subrayar y compartir las palabras y las imágenes con las que el lenguaje nos nutre la memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario