miércoles, 30 de diciembre de 2020

Las redes sociales y el tren del mame

 

19 de septiembre de 2020

El martes de esta semana compartía la información de un evento sobre Historia de la Medicina con una amiga que está desarrollando una investigación sobre esos temas;  después de las salutaciones de cortesía y entregados los datos del mismo, todo a través de WhatsApp, la conversación giró de manera tangencial hacia la polarización política del país y a cómo las redes sociales se han convertido en uno de los vehículos de mayor propagación de noticias falsas, ataques y difamaciones de un bando y de otro, donde sobresalen y permanecen más los odios y rencores que los datos y argumentos que pudieran aportarse para intentar comprender un poco los fundamentos de sus radicalizadas posiciones; eso sin mencionar las consecuencias adoctrinadoras o de afiliación cuando uno expresa, ya sea por emoticon o todavía con palabras, cierta empatía o racionalidad con alguno de los extremos en disputa. Como juego de niños, de manera velada, pero siempre vigilada por las muchas y buenas conciencias que celan el buen orden moral, ideológico y político que debe prevalecer en las redes sociales, pareciera que uno está obligado a elegir entre irse con las huestes de Melón o de Sandía, decisión que, en pocos segundos y escasos clics nos pueden convertir de inmediato en un enemigo fanatizado, etiqueta nada honrosa otorgada por los militantes de la opción no elegida. Así, la corrección política de las redes ha ido cancelado los debates y nos hemos ido acostumbrado al uso de un reducido número de frases hechas que, como dice el filósofo y catedrático español Aurelio Arteta en su libro Tantos tontos tópicos, “son frases prefabricadas, ya terminadas y dispuestas para uso de cada cual. Esto es, expresan pensamientos que no hemos pensado o producido nosotros mismos, sino que nos vienen ya aderezados y completos. Cada uno de ellos se forma como una reunión de palabras que han sido ligadas y expresadas por otros; no por éste o aquél en particular, sino por el Otro —grupo, sociedad, etc.— anónimo e impersonal. Y que luego repetimos todos” y que la función primordial de dichos tópicos es integrarnos al grupo, revestirnos con la moda intelectual del momento y, sobre todo, volvernos normales.

Hoy en día es mucho más difícil expresar una idea original, no porque se dude de la autenticidad de la misma o de las fuentes de argumentación que la hicieron posible, sino por el temor de que contradiga a los discursos políticos y sociales dominantes y el peligro de linchamiento digital que esto conlleva. En plena era de la información, resulta que la censura o, lo que es peor, la autocensura, asfixian cada vez más la posibilidad del diálogo en marcos y condiciones de respeto y tolerancia y no como artificiales banderas que se enarbolan para intentar colonizar las formas de pensar diferentes a las propias. Una nueva espiral de silencio, tal como la nombró la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, en su investigación sobre el concepto de opinión pública y cómo ésta termina por modelar nuestra forma de actuar y de pensar en la sociedad de la que formamos parte, puesto que como dice en la introducción de su trabajo:

“Muchos síntomas apuntan a que no queremos reconocer nuestra naturaleza social, que nos obliga a amoldarnos (…) John Locke habla sobre la ley de la opinión, la ley de la reputación, la ley de la moda, que se observa más que cualquier ley divina o del Estado. Esto se debe a que cualquier violación de la ley de la moda hace sufrir inmediatamente al individuo al perder la simpatía y la estima de su entorno social.”.

Así, el debate interno que cada uno debemos de resolver es, por un lado, tener una percepción adecuada de cuáles son las opiniones que pueden expresarse en público sin temor a ser aislados o, por el otro lado,  “entender que si queremos, si entendemos la fuerza de la opinión pública, no nos engañaremos pensando que podemos ser «buenos» ciudadanos con completa independencia de la presión de la opinión pública.”

Las redes sociales nos seducen con su posibilidad de libertad para decir, opinar, criticar y compartir cualquier cosa que se nos dé la gana, mejor si acompañamos las palabras con memes, emoticones o cualquier otra imagen visual que reafirme nuestro dicho y su sentido, pues el refuerzo visual asegura más lectores; sin embargo, esa aparente y posible libertad es una trampa que, si no nos fijamos bien, nos puede liar en una absurda y perniciosa red de dimes y diretes, cada vez más grotescos, si por asomo algún buen navegante se siente vulnerado, atacado o, simplemente, con derecho a mostrarnos y devolvernos al «buen camino», al orden y al redil de lo que su juicio impone. Así que o nos enganchamos o pasamos olímpicamente de los debates feisbukeros y tratamos, contra viento y marea, que navegar sea un rato de solaz a pesar de la polarización política y otras linduras que se imponen como parte de nuestra realidad.

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