martes, 29 de diciembre de 2020

Estirpe docente

 


16 de mayo de 2020

Provengo de una familia en la que la vocación docente ha estado presente por varias generaciones. Por el lado paterno, mis tíos, los profesores Jesús y Vicente Morales, literalmente fueron unas instituciones educativas de la Morelia de la segunda mitad del siglo XX, en la formación de miles de infantes en las distintas escuelas en las que se desempeñaron; yo no gocé de sus enseñanzas dentro de las aulas, donde uno brilló como excelente profesor de matemáticas, y el otro lo hizo en la enseñanza del español, pero sí recibí sus recomendaciones de orden y disciplina que prodigaban también a sus alumnos. Muchas mañanas y fines de semana los compartí con ellos en las aulas, los patios y jardínes de sus instituciones. Las escuelas “Hijos del Ejército” y la “Rector Miguel Hidalgo” fueron los otros campus en donde se desarrollaron las relaciones familiares y afectivas primarias.

En mi círculo más cercano tuve el ejemplo de mi padre, atleta, entrenador y luego profesor de educación física por más de 50 años. El “profe Toñito”, como muchos de sus alumnos lo recuerdan, realizó su labor en una gran cantidad de instituciones educativas de la ciudad. En la etapa final de su ejercicio profesional, tuve la fortuna de acompañarlo, tanto a la escuela “Hijos del ejército”, en donde impartía la clase de educación física, como a los entrenamientos que impartía a los alumnos que voluntariamente aceptaban formarse en alguna de las disciplinas del atletismo en la pista y cancha del estadio “Venustiano Carranza” los martes y jueves por las tardes, así como los sábados por la mañana, donde al final de los mismos, las aguas y las tortas corrían a cuenta del “Profe Toñito”. ¿Cuál era el truco que tenía mi padre para convertir a varios de esos chiquillos en atletas competitivos y, en muchos casos, campeones? Un equilibrio entre exigencia, compromiso y empatía para que desarrollaran la confianza necesaria para enfrentar los retos que el atletismo, como metáfora de una preparación para la vida, les exigía en cada entrenamiento y en cada competencia. Hasta ahora que lo escribo, lo entiendo. Cuando su estado de salud comenzó a no ser tan bueno, la familia en conjunto, le solicitamos que se jubilara de la actividad docente (de la Universidad Michoacana ya lo había hecho algunos años antes) y no quiso, simplemente respondió que la mayoría de su vida la había dedicado a la enseñanza y que si se retiraba iba a morir más pronto. Sin argumento alguno que lo pudiera convencer de lo contrario, todavía en la semana previa al día de su internamiento y posterior fallecimiento, recibió el trofeo de los últimos campeonatos que habían obtenido sus pequeños atletas para la escuela en que seguía laborando.

Otra influencia, involuntaria, pero definitiva es, sin duda, mi hermana. Recuerdo que desde que cursábamos la primaria, a la pregunta de ¿qué quieres ser de grande? ella siempre contestó y dijo que iba a ser maestra: que ella quería ser maestra. Y lo ha sido por cerca de 30 años. Le ha tocado de todo en su ejercicio profesional: profesora en el medio rural, en escuela unitaria (donde un solo profesor enseña las materias de los seis grados de que consta la formación primaria); maestra de hijos de migrantes, que mientras ponían atención en su clase, su esperanza y su corazón estaban del otro lado de la frontera norte; maestra en escuela urbana donde los índices de pobreza, marginación y violencia intrafamiliar no son los más propicios para el desarrollo de sus alumnos, sin embargo, día tras día se esfuerza en brindarles las mejores herramientas que desde la escuela se puedan llevar, para que algún día puedan incidir en un cambio positivo para su entorno personal, familiar y social. En cierto momento de su ejercicio profesional decidió inscribirse en la Facultad de Derecho y ampliar su formación académica, por lo que ella salía de la casa, de lunes a viernes, a eso de las 6:30 horas, iba hasta su centro de trabajo, que estaba ubicado en el municipio de Huandacareo, regresaba al mediodía a la ciudad, para dirigirse a la escuela de leyes y estaba de vuelta en casa entre las 20 y 21 horas, y, mientras merendaba, preparaba los contenidos y planeaciones didácticas para sus alumnos, a la vez que estudiaba las notas de las materias que ella recibía.

Mi primera oportunidad profesional al egresar de la licenciatura en historia fue como profesor en una preparatoria y eso fue hace 25 años. Hoy, sigo vinculado a la docencia y a la educación. Para finalizar, tomo prestadas las palabras del Dr. Ignacio Chávez, ex-rector de la UMSNH y de la UNAM para decir que llego a este 15 de mayo de 2020 “con todas mis limitaciones como hombre; pero pronto a entregarlo todo, lo que soy y lo que he sido, lo que formó mi vida hasta hoy. Todo eso, que es poco, pero que es todo para mí, se los debo a mis profesores y siempre lo he querido poner al servicio de mis alumnos” (extracto del Discurso pronunciado el 13 de febrero de 1961 cuando tomó protesta como Rector de la UNAM).

Hoy rindo homenaje y hago público reconocimiento a mis maestros, a los de casa, a los que me formaron y a mis colegas.

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