martes, 29 de diciembre de 2020

Galileo, el telescopio y los memes


30 de noviembre de 2019

Por recomendación de un amigo, compañero de aula en la Escuela de Historia, conocí la obra de teatro Vida de Galileo del escritor alemán Bertolt Brecht. Hasta ese momento, era un autor desconocido para mí, sobre todo porque en ese entonces, y hasta hoy, no es un género que me sea muy atractivo en su forma escrita, sino que más bien lo disfruto y entiendo mejor cuando se ejecuta la representación para la que fue elaborada el texto. Sin más referente que la recomendación literaria de mi compañero, alejada de debates ideológicos y significaciones políticas, me dí a la lectura de la obra en cuestión, sobre todo porque la vida y obra de este genio italiano me resulta muy interesante: versátil, controvertido y polémico, enfrentado a la Inquisición y su “retractación” ante ella.

Es un personaje que sintetiza en su propia biografía el cambio de paradigmas en las formas de hacer ciencia y que al paso de la historia, se convirtió en un referente indispensable para entender del método científico que se ha aplicado por más de tres siglos y también se le toma como el punto de partida para comprender el desarrollo moderno de la astronomía. La obra en cuestión es una larga reflexión sobre el gran valor que representa para la humanidad el cultivar el conocimiento y la búsqueda de la verdad a través del método científico, por encima de cualquier dogma, prejuicio o sistema de pensamiento y gobierno que traten de impedirlo.

Es claro que llevaba implícita una crítica al autoritarismo nazi que le tocó sufrir al escritor, puesto que la primera versión de su obra la realiza ya desde el exilio, en Dinamarca, en 1939. En el capítulo cuarto de la obra, los eruditos de la corte de Toscana, acompañados del mismo Duque, Cosme II de Medici, llegan a la casa de Galileo para observar y analizar el novedoso instrumento que había creado para observar de cerca a las estrellas y da cuenta de un intenso debate entre el inventor toscano y los argumentos que esgrimían un teólogo, un matemático y un filósofo sobre la utilidad de su máquina y los beneficios que de ella se desprendían para los habitantes del reino. Antes que la evidencia empírica, los sabios argumentaban citas biblícas y fórmulas aristotélicas para negar lo que sus ojos les estaban reportando, ante lo cual Galileo insistía en que confiaran más en su vista que en las autoridades a las que hacían referencia. En cierto momento de la discusión, Bertold Brecht pone en boca de Galileo la siguiente frase en su intento de convencer a sus interrogadores: “El padre de la verdad es el tiempo y no la autoridad. ¡Nuestra ignorancia es infinita, disminuyamos de ella tan siquiera un milímetro cúbico! ¿Por qué ahora ese afán de aparecer sabios cuando podríamos ser un poco menos tontos?”

Ahora, si aceptamos la idea optimista de que el desarrollo del conocimiento y la ciencia ha sido progresivo y ascendente y de que nuestros problemas comunes como sociedad están siendo superados, la pregunta que me llega en primera instancia es de ¿si entonces ya somos menos ignorantes o menos tontos, ni siquiera refiriéndome a la época de Galilei, sino respecto a los ochenta años que nos separan con la obra escrita por Brecht? 

Se dice que desde hace un par de décadas vivimos en la Sociedad de la Información y esto transformó no sólo las formas de acceder al conocimiento sino también cómo nos comunicamos. El desarrollo de las tecnologías de la comunicación ha generado la percepción de que el mundo se ha reducido, de que las fronteras entre países y culturas casi han desaparecido y que nuestra percepción del tiempo se modificó. 

Lo vertiginoso de la comunicación ha empujado a que los desarrolladores de la tecnología simplifiquen, ahorren y eficienticen al máximo las dimensiones espaciales y temporales de la vida humana. Tenemos al mundo en la palma de nuestra mano. Los smartphones se han convertido en nuestro telescopio contemporáneo para mirar, explicar y relacionarnos con el mundo. No hay excusa para la ignorancia hoy en día, entendida como la condición previa para emprender un camino hacia el conocimiento.

A dato no sabido, miramos la pantalla del celular y asunto resuelto. No importa quién lo publicó, quién lo dijo o quién lo hizo. Lo dice Google o Wikipedia y punto. El asunto de la autoridad se transformó. Galileo debatió contra los sabios de la corte que eran un filósofo, un matemático y un teólogo. Hoy en día, ya no es necesario. Hace pocas semanas conversaba sobre las maneras en que se habían modificado nuestras conversaciones cotidianas: ya no citamos autoridades, autores, filósofos o matemáticos. Nuestra condición contemporánea nos obliga a citar un meme para entendernos y comunicarnos mejor. ¿O no?.

Siendo las cosas así, hoy en día, en mi trabajo y en mis cosas, sólo busco ser menos tonto, que intentar pasar por sabio y, cada vez con más frecuencia, me sigo declarando ignorante en muchos tópicos de la vida.

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