miércoles, 30 de diciembre de 2020

El “chesco” y el “gansito”


8 de agosto de 2020

Advierto, no tengo ninguna posición específica sobre la comida chatarra. Me parece que es un tema que cada familia y cada individuo debe resolver en sus respectivas potestades, con la orientación y guía de un buen programa educativo sobre la materia. No abundo más en este sentido, para darles oportunidad a los pedagogos, psicólogos educativos, médicos, nutriólogos y administradores educativos para que nos digan cómo, cuándo y dónde comenzar con esta incipiente propuesta de reforma educativa nacional que les he delineado, pero que dadas las circunstancias actuales me parece que ya debía de haberse implementado, y si ya es que operaba, entonces preguntarles ¿por qué no funcionó? o ¿qué diablos pasó?

Prohibir qué se come o qué no, me parece un tanto excesivo en un país donde comer es cada vez más un logro extraordinario o, mejor dicho, casi heroico para grandes capas de la población, y en el extremo opuesto, los que sí tienen para comer bien, no siempre realizan la mejor elección nutrimental. Y no es sólo un asunto de buenos indicadores macroeconómicos, por aquello del poder adquisitivo o de los precios de la canasta básica, o por otra parte, de adecuados niveles nutricionales para la prevención y conservación de un buen estado de salud, que ahora comparamos y contrastamos con las estadísticas de la pandemia y estamos aprendiendo, tarde, como muchos otros temas, la lección.

El convencer, obligar o invitar a que alguien modifique sus hábitos alimenticios es una tarea si no imposible, sí de mucha dificultad, puesto que tiene que ver con otro elemento muy complicado de ponderar o de medir: el gusto, entendido no sólo como el sentido empírico que poseemos para reconocer y diferenciar los sabores, sino también como la manera de entender y comer el mundo en el que uno habita. Dijo Pierre Bourdieu, el gran sociólogo francés del siglo XX, que el gusto es otro de esos conceptos de orden abstracto que configuran ciertas conductas o disposiciones diferenciadas sobre la cultura. Forma parte del complejo proceso de las identidades sociales y culturales. Y no está de más decir que aunque todos comemos, no todos comemos igual o lo mismo, porque más allá de toda teoría social, ejercemos y defendemos nuestro derecho a seleccionar lo que más se nos antoje comer, dentro del universo de elección que podamos tener.

Está más que probado –¡más que oportuna y gastronómica la expresión!- de que le sugieras a alguien que no coma algo por el mejoramiento de su salud, por el ahorro de su bolsillo o por alguna otra bienintencionada razón e inmediatamente se siente desafiado en terrenos que competen a su más entera independencia y autodeterminación y de inmediato las respuesta rápidas y justicieras para hacer valer su decisión: “¿de cuándo acá eres médico?”, “¿qué te estoy pidiendo que me los invites?” o como dice una persona muy querida para mí: “¿de que se quede ese taquito a que me haga daño?… ¡mejor que me haga daño!”.

Y no es que mi también “me valgan Cheetos” los consejos para la buena alimentación, pero ya me dio sed y gula, así que dejo hasta aquí estas líneas, para ir a la tienda por mi “chesco” y mi “gansito”, que sé muchos de ustedes dirán que son comida chatarra, pero yo defenderé mi posición argumentando que son referentes importantes de mi identidad generacional: “¡Recuérdame…!”.

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