miércoles, 30 de diciembre de 2020

El mundo digital y el mar


5 de septiembre de 2020

“Es tiempo de oportunidades, de aprender y de crecer”. He escuchado este mensaje motivacional constantemente, todos los días y a todas horas, en la mayoría de los medios de comunicación y en redes sociales digitales, con pequeñas variantes en el estilo, pero con una misma intención: seguir motivándonos, individual y colectivamente, ante este momento excepcional e histórico en el que nos ha tocado participar, y que con el paso de los muchos días, bien a bien, no sabemos ni cómo ni cuándo podremos gritar jubilosos: ¡tierra a la vista!

Ante la expectativa de una posible vacuna, o de muchas, con diferentes pasaportes y nacionalidades, la sensación de esperanza se contrarresta inmediatamente con las alertas noticiosas diarias sobre las formas de evolución y mutación del virus SARS-COV 2 y que bien explican la persistencia del virus y de la enfermedad en su erradicación y que se convierten en la materia prima para confeccionar las nubes negras de la amenaza, ¿o debiera decir, más bien, de la certeza?, de una nueva ola de rebrotes, que nos obligará, otra vez, a cerrar puertas y ventanas, en un intento más de contener al virus y la mortal enfermedad.

Traigo esto a colación, porque además del mensaje motivacional referido, también me ha tocado ser un mudo testigo de los argumentos a favor o en contra que Tirios y Troyanos han esgrimido en el debate sobre las ventajas o desventajas de una migración apresurada e imprevista, de muchas actividades de la vida humana a plataformas o sistemas digitales o virtuales. Extraña paradoja de la vida moderna: tanto que deseamos la virtualización, el aislamiento y la digitalización de nuestras relaciones sociales, que en este momento que lo tuvimos que hacer, no por convicción, sino por protección de la salud y la vida misma, nos estamos dando cuenta de que no estábamos tan preparados como creíamos y tampoco está resultando ser el paraíso futurístico soñado.

Esta crisis sanitaria no sólo ha puesto a prueba a la ciencia en los campos del conocimiento que están vinculados con el desarrollo de medicamentos, tratamientos y procedimientos para curar la enfermedad, sino a la ciencia misma, a los valores, a las ideologías y a las economías, y hasta al arte mismo, que también se ha visto seriamente cuestionado, porque hay quienes en un arrebato provocado por el confinamiento, han exclamado en sesudos artículos y ensayos, o en su mutación y adaptación a la unidad semántica del presente, el meme, más digerible, más fácil de repetir y de asimilar, con el argumento común de que tanta literatura y cine que planteaban sociedades y escenarios distópicos al parecer no sirvieron de mucho, puesto que ahora que la ficción se ha hecho realidad, reconocemos que hay poco de valor estético y sí mucho de incertidumbre, injusticia y desigualdad.

Coincido con lo dicho por el Dr. Juan Ramón de la Fuente en una de sus columnas recientes, en que todos, de algún modo, estamos comenzando a mostrar signos de agotamiento por la pandemia, pero también, debemos de reconocer que “estamos todos en el mismo mar pero no en el mismo barco” o como mejor lo dijera Jorge Luis Borges en su poema “El mar”:

Antes que el sueño (o el terror) tejiera
mitologías y cosmogonías,
antes que el tiempo se acuñara en días,
el mar, el siempre mar, ya estaba y era.

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