martes, 29 de diciembre de 2020

Diciembre


28 de diciembre de 2019

Rezos y cantos para pedir posada, encender velas, quemar las trenzas de la niña de enfrente, sentirse mago por un momento con las luces de bengala, quemarse los dedos índice y pulgar, ante de la novatada de los niños más grandes que decían que la punta roja de la bengala consumida ya no hacía nada. La emoción contenida de pasar al turno para golpear a la estrella de corazón de barro, llena de frutas, dulces y confeti que colgaba del lazo, o por el contrario, ser parte de la miríada de niños concentrados y determinados en ser el de la reacción más rápida para tomar la mayor cantidad posible de dulces y frutas vertidos por el estallido de la piñata, provocado, no por el sujeto más fuerte sino, por el más hábil en torcer los ojos para lograr mirar por encima de la venda y ubicar de mejor manera el objetivo de los afanes y de los esfuerzos, ya que la orientación por medio del oído había sido confusa y mañosamente distraída para que el ritual, esperanza y juego se extendiera por unos minutos más, un solo turno más, el nuestro, otra vez.

Era el musgo y el heno de los nacimientos, en los pasillos de las casas o en las salas, que en privadas competencias de creatividad, disposición y originalidad, buscaban escenificar con la mayor dignidad posible lo que en el catecismo nos decían sobre el nacimiento de El Niño Jesús en un humilde pesebre y la interpretación estilística que cada familia daba de ello, donde se utilizaba papel estraza para representar el cielo y las estrellas, donde pedazos de papel de aluminio eran lagos o ríos, y quienes poseían peceras, utilizaban las pequeñas bombas para darle movimiento al vital líquido y provocar la sorpresa y admiración de tal proeza de la ingeniería hidráulica doméstica.

Las series de navidad sobre el bosque y el desierto, separados por escasos centímetros y sin zonas de transición climática-ambiental, donde lo mismo se mezclaban ganados y campesinos de marcado ropaje oriental, que sacrificados pastores a la usanza mexicana o tradicional, todos orientados hacia donde estaba la Estrella de Belén, porque todos iban en procesión, porque todos estaban a la espera de la Buena Nueva. Y qué decir del milimétrico avance que tenían los tres magos de oriente que irían a adorar al Hijo de Dios, y que para nosotros, representaban el gozoso misterio del juguete añorado, del regalo solicitado, de suplicar internamente que se pasaran por alto nuestras pequeñas faltas de atención y obediencia con nuestros padres, con nuestros amigos y con nuestros deberes. Que para el siguiente año, seríamos mejores, ¡pero qué carajos! ¡Porqué avanzaban tan lento los Reyes Magos dentro de la maqueta de la fe que era el nacimiento puesto en nuestro hogar!

Era diciembre con su desfile de olores y sabores. Las bolsas de papel o celofán con sus jícamas y cacahuates llenos de tierra, con el trozo de caña que al morderlo se metía entre los dientes y sangraba las encías, eran los tejocotes, la mandarina o la lima, a falta de la primera. Eran las colaciones, de muchos colores pero del mismo dulzor y su misteriosa semilla de anís al centro. Las galletas de grageas de colores, las de animalitos y ya. Así se balanceaba lo nutricional de los aguinaldos.

Las vacaciones de diciembre y sus festejos se salían de la casa e invadían las calles. Horas y horas de juego, el anochecer temprano, luego la posada, recibir la bolsa de aguinaldo, consumirla y a seguir jugando.

Eso es diciembre, el invierno y la navidad en mi memoria, es ese olor de la fogata que impregnaba nuestras ropas todo esta época. Es esa fogata de mi infancia, que pese a todo, se niega a consumirse o extinguirse, y que sigue presente en mis recuerdos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario