martes, 29 de diciembre de 2020

Diario de la pandemia / 6


2 de mayo de 2020

Domingo 5 de abril
Noche terrible. La falta de actividad física se traduce en insomnio, y con el agravante del cambio de horario, paso de las 01:59 a las 03:00 por el adelanto del reloj. Logro dormir un par de horas y bajo a tiempo para tomar el desayuno y preparar las cosas para ir a la granja. Hoy es el cumpleaños de M y dadas las circunstancias, sólo pidió que su abue H le preparara mole de guajolote y sopa de arroz para compartirlo con su círculo familiar más cercano: ocho personas en total. En la periferia de la ciudad, en la tranquilidad de un espacio abierto y amplio, pareciera que uno es ajeno a lo que está sucediendo en el mundo. La tarde transcurre con tranquilidad y es momento de regresar a casa. Lo primero que hago al llegar, es encender la computadora y dirigirme a la página de la SSA para estar al tanto de las cifras de la pandemia. En el fondo, no sé si esto contribuye a seguir alimentado cierta preocupación interna. Después, busco los portales de noticias y la nota dominante es el de un informe que dio el presidente hace un par de horas. La mayoría de las entradas que veo en Twitter, Facebook y algunos portales en internet insisten en que fue un mensaje estéril, inútil entre lo inútil. El tema fueron los programas de austeridad que se están aplicando en el gobierno federal para tener más recursos para combatir la pandemia. Todas lo encabezados pueden resumirse con aquel dicho del mundillo taurino que dice: tarde de expectación, tarde de decepción. No indago más y apago el computador. Me pregunto sobre cuál era mi expectativa personal del informe o comunicado de hoy y la verdad es que no me había forjado ninguna. No es falta de interés, pero ha sido una manera efectiva para mí de seguir manteniendo el temple y la paciencia que exige esta pandemia. Últimamente he visto en redes discusiones tan virulentas, fincadas más en prejuicios y en diferentes niveles de discurso, que me ahorro el esfuerzo de tener que exponer mis argumentos frente a alguien que no los quiere escuchar, ni poner a escrutinio, sino sólo discutir para sentir que su punto de vista es mejor que el mío. Y ahora que lo escribo, me pregunto si esta antisepsia discusional mía, no es más que otro rostro de cierta autosuficiencia o indolencia de talante muy egoísta. No le rasco más al asunto y dejo aquí mis cinco minutos de reflexión. Estoy cansado y me quedo con el hecho de que hoy fue un buen día, con una celebración pequeña, una larga y bonita tarde, y que por lo tanto, merece cerrarse con gozo y no escrutinios internos. Es momento de ver el documental que proyectará en unos minutos Canal 22 sobre el recién fallecido Luis Eduardo Aute. Al rebasar los miles las estadísticas de contagios en el país, dejo de registrar los números para ponerles más atención a las personas que me ocupan y me preocupan en esta situación excepcional.

Martes 7 de abril
Lo más destacado del día es el evento inesperado que le cambió el ritmo a este martes y que rompió esa inercia como de muchas horas y días que parecen calcas continuas, el cual registré y subí al muro de mi FB. La historia es la siguiente:

Después de realizar tareas para continuar con la cuarentena, pasamos a saludar a mi madre, a mi hermana y mis sobrinos. Lo hicimos con reja de por medio y a una distancia no menor de dos metros. De regreso a casa, nuestra perra Capulina gruñía y hacía guardia de cazadora a ¿la defensa de la camioneta? Pasó casi una hora y Capulina no se movía y de vez en cuando, seguía gruñendo y ladrando. De inicio pensé que su pelota favorita se le había colado debajo del automóvil y estaba desesperada por recuperarla. Cuando me acerqué a la defensa, noté un fuerte olor a orines y jirones de pelos blancos. La perra se inquietaba cada vez más, así que me agaché y miré con atención el punto de interés de la mascota y fue que me topé con el ojo, apanicado y furioso de un gato, que se encontraba refugiado o atorado, en un mínimo hueco entre la facia de la defensa y el amortiguador delantero derecho del coche. Acordamos sacar la camioneta de la cochera, para que en la calle, a su tiempo y a sus anchas, el gato se saliera cuando quisiera. Pasaron un par de horas, tiempo más que suficiente para que el felino hubiera buscado otro escondite, pero terco, necio y muy asustado, no se había movido un solo centímetro.

Así, que pedí ayuda a uno de mis vecinos, C, para que entre los dos sacáramos al bicho ese del aprieto. Intentamos con una escoba: nada. Dicen que a los gatos les espanta el agua y le vaciamos una cubeta con ese líquido: nada. C dijo que lo que faltaba era más fuerza con el agua, así que saqué la karcher, para que con un chorro a presión, se saliera y nada (la presión del agua que alimentaba a la hidrolavadora era insuficiente). Mientras regresaba la karcher a su lugar, mi vecino C, ya le había pedido ayuda a Ch y T, a quienes les dijo que si lograban sacar el gato, yo les pagaría unas cervezas. Y como por acto de magia, ya era una cuadrilla de vecinos en búsqueda de liberar al asustado gato en el hueco de la camioneta. Cuando estábamos en plena faena, pasó el velador por su cooperación semanal y C, que es muy bromista y de imaginación exaltada, le dijo que yo había ido a un rancho muy lejano, a casi dos horas de camino después de Jesús del Monte y que se me había colado un lince a la camioneta y que para ahorrarnos el trabajo, pus mejor le diera un par de tiros al animalito y asunto concluido. Para nuestra fortuna y la del felino, el velador no porta su arma de cargo cuando pasa por sus emolumentos semanales. Pasada esta broma, seguíamos elaborando planes y estrategias de rescate del gato. Un intento y nada, otro y el gato se resistía. Guantes de herrería e improvisados lanza trompas (un tubo, con pita en medio para capturar alguna extremidad) nos tenía entretenidos y sudando la gota gorda. Cuando parecía que estábamos a punto de abandonar la gesta heroica, T lo alcanzó a capturar con el guante de herrero por la cola, y no sin resistencia y altos maullidos, pudo sacar al asustado mínimo, el cual buscó nuevamente esconderse, ahora, en el hueco de la rueda trasera izquierda. Ya con la certificación de cazador express que se había forjado T, nuevamente lo capturó y lo liberó a una cuadra de distancia, para que no hubiera un nuevo intento por recuperar el refugio automotor. Acalorados, sudorosos, pero sonrientes por haber liberado al felino, además de haber roto la monotonía de estos días de cuarentena, mi cuadrilla de vecinos y rescatistas, voltearon a verme y sin decirme nada, entendí que debía cumplir con la otra parte del trato. Así, que sin más, Ch se fue a la tienda por las cervezas que bien se habían ganado y desquitado, para tomárselas en su casa junto con T, mientras yo metía la camioneta a la cochera y regresaba a mi encierro solidario, pero contento, porque por toda una tarde, pude pensar en otras cosas que no fueran los reportes del COVID-19 en el mundo, en el país y en mi barrio.

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