miércoles, 30 de diciembre de 2020

Los días líquidos


12 de septiembre de 2020 

“La vida moderna”
(Letra: Joaquín Sabina y Fito Páez)

Una gota de sangre en MTV
Un cadáver conectado a Internet
Mona Lisa llorando en el jardín
Un licor de cianuro
Muera el futuro
Pasado mañana es ayer
La enfermedad del corazón
Tan mortal, tan eterna

Es viernes. Eso creo. O de ello quiero convencerme. De lunes a viernes me cuesta trabajo distinguir un día del otro, salvo por las entregas de pendientes o las citas concertadas para videoconferencia para cumplir con las responsabilidades del trabajo. De no ser por eso, la rutina es casi idéntica en los llamados días laborales de la semana, así que ésta última puede estar compuesta de cinco lunes o de cinco martes y así sucesivamente, hasta llegar al día viernes y darme de frente con el hecho de que otra semana terminó, ¿o será todavía la anterior? No lo sé, pero ahora, cada vez que debo realizar una referencia temporal en una conversación, siempre tengo que echar una mirada furtiva al calendario que tenga más próximo para intentar seguir sujeto a la cronología de estos días y no hacer más manifiesta esta asincronía con el mundo y con el tiempo.

Sábados y domingos se cuecen aparte, y no porque estén destinados al ocio o al esparcimiento, como dictaban las costumbres en los tiempos pre-COVID-19, sino porque cada uno de ellos tienen sus bitácoras y terapias ocupacionales bien diferenciadas de los cinco días previos y entre sí.

No hace mucho publicaba en mi muro de Facebook algo relativo a esta extrañeza y distanciamiento con los relojes y las agendas, como síntoma de una enfermedad propia de la posmodernidad: “Esa extraña percepción del tiempo durante la pandemia en la que los días son más largos que los meses…”.

Quizá estoy comenzando a experimentar en carne propia ese apocalipsis anunciado por el filósofo polaco Zygmunt Bauman en su libro La vida líquida y confirmado a diario en los titulares y primeras planas de los periódicos y noticieros de que justo ahora vivimos: “En un mundo de vida moribunda y muertos vivientes, lo improbable se ha vuelto inevitable, lo extraordinario es ya rutina. Todo es posible (ineludible, de hecho) toda vez que la vida y la muerte han perdido la distinción que las dotaba de significado y han pasado a ser igualmente revocables y sujetas a un «hasta nuevo aviso”.

A fin de cuentas, era esa distinción la que otorgaba al tiempo su linealidad, la que separaba lo efímero de lo duradero y la que inyectaba sentido en los conceptos de progreso, degeneración y punto sin retorno. Desaparecida tal distinción, ninguna de esas contraposiciones constituyentes del orden moderno conserva sustancia alguna.

Y como dijo alguna vez, Joaquín Sabina, citando a su vez a César Vallejo, perdonen la tristeza, pero creo que es viernes, ¿sí?, ¿es viernes?, poco importa pero llueve y hace frío y hoy, que quería hablar de otros temas, la vida líquida se ha escurrido hasta estas líneas que luchan por concluir sin inundarse y sin diluirse. Abro la ventana del tiempo y se cuelan las últimas horas de un día que dubita entre ser viernes o simplemente ser uno más de estos días que se escurren por las alcantarillas de la ciudad.

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