martes, 29 de diciembre de 2020

Cerca de las vías


6 de diciembre de 2019

Hay varios tramos de mi vida que está vinculado con los ferrocarriles. Escarbando en el cajón de recuerdos, vienen a mí los viajes que realizamos en familia a la ciudad de Pátzcuaro en ese medio de transporte. La aventura comenzaba muy temprano: bañarse, alistarse y salir corriendo a la estación. Una vez superado ese reto, los planes entraban en una especie de letargo, ya que a pesar de que en el tablero de información, un rectángulo negro de plástico con letras blancas intercambiables, indicaba los horarios de llegada y salida de los distintas corridas, en los hechos sólo eran una referencia temporal aproximada, ya que pocas veces la máquina y sus vagones llegaban a tiempo, y cuando la espera era mucha, cada vez que uno se acercaba a la ventanilla para preguntar a qué hora llegaría el tren la respuesta siempre era la misma: “Salió a tiempo de su origen, de que llega, llega”.

Cuando esto sucedía, y una vez instalados en el vagón, un fuerte jalón y luego un suave y constante bamboleo eran la señal de que el viaje había comenzado. El itinerario incluía frecuentes paradas cortas para ascenso y descenso de pasajeros, además de una constante y variante oferta de alimentos y bebidas, según fuera la estación en la que estuviera uno detenido.

La velocidad y rapidez no eran los valores fundamentales de quienes abordábamos el tren, más bien era una especie de serena tranquilidad, o resignación,  de que el algún momento del viaje llegaríamos a nuestro destino. Como mejor lo dijo Juan José Arreola en su cuento “El Guardagujas”: «Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho ya grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones».

Sí, sólo era cosa de que los trenes cumplieran con las indicaciones, hecho que no ocurrió y el servicio de transporte de pasajeros en México fue cancelado en 1997, sobreviviendo sólo la ruta turística Chihuahua-Pacífico, que tiene sus referencias de inicio y fin en la capital de Chihuahua, cruza toda la sierra tarahumara, luego desciende y llega a las planicies de Los Mochis, en el estado de Sinaloa. Esta ruta la he realizado en dos ocasiones y recupero la nota de viaje que hice en referencia a ello:

«Es un viaje a las entrañas afectivas más profundas de mi memoria familiar. Hacía 35 años que mi padre nos trajo a estos alejados parajes del norte de nuestro país. Son más los sentimientos albergados que recuerdos ilustrados de ese primer viaje. Divisadero Barrancas, más que una ubicación geográfica específica en el mapa de Chihuahua, es una región bien clara de mi corazón individual y familiar y, El Chepe, más que un tren que se sabe de dónde parte y a dónde llega, sin certeza alguna del horario en que lo logra, es un vehículo que tras un largo periplo ha unido las dos estaciones fundamentales de mi vida: mi presente y mi pasado».

Finalmente, en otro apunte que encuentro entre mis notas, está el que hice con motivo de las prácticas profesionales que un familiar realizó en Canadá, en el 2008,  y que como única vía de transporte final para llegar hasta allá era el tren:

 «La tomó de la mano y llegaron juntos a la estación. Miraban y calculaban, al mismo tiempo la longitud de la vía. Sabían con exactitud cuál era el punto de partida, pero no el de llegada. Buscaron verse a los ojos, pero las lágrimas no les permitieron cumplir con el deseo. Una estación, una vía, el sonido de un silbato y la sombra de un tren cada vez más lejano fueron el marco de este abrupto despertar del sueño del amor. Al día siguiente, los diarios sólo informaron del clima. Lo cotidiano, convertido en infinitos copos de nieve, se impuso una vez más sobre la voluntad de sus ciudadanos. La vida sigue igual en Embrun, Canadá».

Al paso de los años, cada vez más cerca del destino final, entiendo, que como la canción de Fito & Los Fitipaldis: «Yo he crecido cerca de las vías y por eso sé que la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren».

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